jueves, 30 de junio de 2016

Reloj de Vapor: Wolkenwerk

El secreto mejor guardado del Imperio Austro-Húngaro, el wolkenwerk (“Mecanismo de las Nubes”) es el nombre con que se conoce al conjunto de aplicaciones del wolkenstahl, un metal con la sorprendente capacidad de desafiar la gravedad. 

El principio tras el funcionamiento del wolkenstahl es el siguiente: Toda forma de materia se ve sometida a la presión omnidireccional provocada por los corpúsculos ultramundanos. En la presencia de grandes masas, como en el caso del planeta Tierra, la sombra que estas generan bloquea parte de los corpúsculos y resulta en que los cuerpos circundantes se ven empujados en su dirección, fenómeno conocido como gravedad. El wolkenstahl, en tanto, reacciona ante la presión de los corpúsculos rechazándolos y causando que estos reboten con la misma fuerza, tal como un haz de luz impactando un espejo. El resultado de esto es que el metal se ve vuelve inmune a los efectos de la gravedad, pues no se ve sujeto a la presión corpuscular, y por lo tanto su peso se reduce a cero. Más aun, también reduce a cero el peso de cualquier cuerpo que se encuentre sobre si, pues los corpúsculos que rebotan cancelan el efecto de aquellos que presionan en la dirección contraria. Posteriormente, la presión atmosférica circundante empuja al wolkenstahl en dirección vertical, resultando en la levidad del metal y todo lo que tenga encima.

Esta singular característica permite al wolkenstahl soportar cargas virtualmente infinitas, pues la cancelación del peso que este provoca vuelve irrelevante dicho factor. Esto, claro, siempre y cuando la carga esté completamente contenida dentro del perímetro de una base de wolkenstahl; segmentos que se encuentren más allá de este límite se ven sujetos a los efectos normales de la gravedad y por lo tanto pesan, aunque de igual manera pueden ser elevados si su peso total es menor a la presión atmosférica ejercida sobre el escudo de wolkenstahl que los sustenta. A nivel del mar, esto quiere decir que un escudo de wolkenstahl puede soportar un total de peso no-cancelado igual a aproximadamente 1 kilogramo por centímetro cuadrado que este tenga de superficie (ie, un panel de 1 metro cuadrado puede mantener en estado levitativo un máximo aproximado de 10 toneladas de peso no-cancelado). Esta capacidad disminuye a la mitad a aproximadamente 6.000 metros de altura sobre el nivel del mar y a una décima parte a los 12.000 metros.

Al ser sometido a flujos eléctricos, el wolkenstahl pierde gradualmente su capacidad de repeler los corpúsculos ultramundanos, lo que permite regular su potencia: Mientras mayor es el voltaje de la corriente, más permeable a la gravedad se vuelve el metal. Esto es empleado en la mayoría de las aplicaciones del wolkenwerk como un sencillo método para controlar la altura de edificios y vehículos sustentados por wolkenstahl. Asimismo, la combinación de este fenómeno con el uso de paneles móviles permite crear sistemas de propulsión que obvian la necesidad de hélices o turbinas.

Austria-Hungría utiliza el wolkenwerk para una infinidad de aplicaciones, la más importante siendo la sustentación del denominado Oberreich, el Alto Reino, el enjambre de ciudadelas voladoras que aloja a gran parte de la aristocracia, ejército e instituciones imperiales. Asimismo, la flota aérea austro-húngara, Wolkenflotte, depende en su totalidad del wolkenwerk; tecnologías como la levidad flogistrónica o la aerolítica nunca lograron ser implementadas en la nación germana.

La historia del wolkenwerk está íntimamente ligada a la evolución de Austria-Hungría como nación y sociedad, así como a los eventos que han dado forma a Germania y a la región centroeuropea en general. Por su parte, su misteriosa naturaleza ha sido foco de incontables intentos por replicarla, resultando en algunas de las tecnologías más peligrosas que la humanidad haya visto.

El Metal Milagroso de Békéscsaba

Cuando en aquel 6 de Julio de 1833 el ingeniero y geólogo húngaro Barnabás Kosztka llevó a cabo su por lo demás rutinario experimento destinado a dar con un método más eficiente para producir acero, lo último que esperaba tener que hacer era reparar el techo de su laboratorio. A fin de cuentas, no contaba con que la plancha de metal sobre la que trabajaba decidiera que no haría más caso de la fuerza de gravedad y optara por comenzar a caer en la dirección equivocada. Como si nada, Kosztka había dado con la manera de lograr que el acero volase.

Su descubrimiento rápidamente atrajo la atención del ejército austríaco, particularmente a la luz del peligro que la Sublime Flota del Sultán representaba para el límite oriental y de los recientes avances en levitación flogistónica acaecidos en Inglaterra, que ya hacían correr rumores de una inminente carrera internacional por adueñarse de los cielos. Pero cuando los enviados del emperador arribaron al pequeño poblado de Békéscsaba, se toparon con que el propio Koszkta no tenia total seguridad de como lo había hecho, y una improvisada demostración pública acabó en risas luego de que el intento del ingeniero por replicar el experimento terminara con un bloque de acero completamente inmóvil. La historia paso rápidamente a ser poco más que una anécdota de escasa credibilidad, achacada a pueblerinos que habían tomado demasiado, y pronto el interés en el “Metal Milagroso de Békéscsaba” pasó al olvido.

La Wolkenkommission


En 1838, los canales diplomáticos del imperio alertaron que Prusia, nación con la cual Austria mantenía una férrea rivalidad por el control de la Confederación Germánica, se encontraba en proceso de desarrollar su propia tecnología de levidad flogistrónica. Esto causó pánico en la corte imperial austriaca, pues la relación entre ambas potencias se encontraba en un punto muerto y la ocurrencia de un conflicto armado era ya una cuestión de tiempo. Preocupantemente tardía en la incorporación de algunas de las nuevas tecnologías militares desarrolladas en el resto de Europa y América, Austria-Hungría se vio en la necesidad de prepararse para una eventual guerra estratonáutica con la cual no sabía cómo lidiar, mas todos los intentos por desarrollarla por su cuenta resultaron desastrosos. 

En paralelo, sin embargo, Günther von Welsbach, general del ejército austro-húngaro y uno de los miembros de la delegación que años antes visitó a Kosztka, continuó indagando la materia del misterioso metal volador. Aunque inicialmente se topó con trabas, la seguidilla de fracasos -varios de ellos con docenas de muertos en el proceso- en los experimentos con flogisto, gases nobles y propulsores terminó por conseguirle un puñado de recursos de las arcas imperiales para volver a insistir en el asunto. Von Welsbach formó un equipo de científicos e ingenieros denominado Departamento 36, pero que pasó a ser jocosamente conocido como la Wolkenkommission, la Comision de las Nubes, la cual tendría por objetivo replicar el fenómeno descubierto por Kosztka, quien a su vez fue designado como líder del grupo, pese a sus protestas referentes a colaborar con el desarrollo de armamento.

El equipo tardó años en replicar el proceso, dando finalmente con la metodología correcta en 1847, justo a tiempo para la Primera Guerra de Independencia Italiana, la cual vio a Austria-Hungría intentando aplacar la revuelta del Reino de Lombardía-Venecia. Debido a la relativamente pequeña escala del conflicto y a la seguridad de los austriacos en su victoria, esta guerra fue interpretada como el momento perfecto para probar los resultados de la Wolkenkommission de Von Welsbach y determinar de una buena vez si todo ese esfuerzo había servido de algo.

Castillos en el Cielo

Si bien las primeras propuestas desarrolladas por los miembros de la comisión involucraban utilizar el metal -que Kosztka bautizó como wolkenstahl, habiéndose encariñado con el apodo- para crear ornitópteros y otros vehículos aéreos ligeros, Von Welsbach tenía en mente una aplicación radicalmente distinta: El wolkenstahl no elevaría navíos, sino que edificios. En tiempos en que nadie tenía del todo claro como debía desarrollarse una guerra en los cielos, Von Welsbach optó por un razonamiento que quizá habría estado más acorde con las batallas de infantería y asedio de los tiempos napoleónicos. Ordenando la construcción de fortificaciones voladoras que pudiesen simultáneamente participar como unidades de guerra móviles, centros de logística y puntos de control estratégico, el plan del general consistía en crear una infraestructura que, una vez ganada la guerra, sirviese para evitar que otra comenzara, imponiendo un dominio del cielo tan férreo como el de cualquier territorio conquistado.

Tal como esperaba que ocurriera, la reacción de las fuerzas italianas ante el surgimiento de torres y fortalezas voladoras de entre las nubes que cubrían los Alpes fue de estupor generalizado. Dos colosales ciudadelas flotantes, Blauburg y Faust von Venedig, apoyadas por docenas de torreones de diferentes formas y tamaños denominados wolkenturm, causaron estragos entre las tropas rebeldes. Capaces de portar un peso esencialmente ilimitado, las fortalezas voladoras de Von Welsbach fueron generosamente equipadas con suficiente armamento como para hundir la totalidad de la Real Armada británica, empleando morteros y cañones navales de potencia devastadora.

Esplendor Imposible

La victoria dio a Von Welsbach la razón, los recursos y la influencia para catapultarse a lo más alto de la corte imperial. No solo había aplastado a los italianos sin perder hombre alguno, sino que en el proceso había colocado a Austria-Hungría en la palestra global como poseedora de quizá el arma más temible que la humanidad hubiese visto jamás. Sin dar pausa, la Wolkenkommission fue puesta a multiplicar este metal milagroso y las industrias del imperio a erigir las estructuras que este elevaría tan alto como el Sol. Sin embargo, serian los nobles, y no los soldados, quienes llevarían esta tecnología a su siguiente estadio evolutivo.

Dicen que todo comenzó con una discusión: Sentado en su biblioteca privada, el Conde Leopold Ezterházy von Galántha habría reclamado a su mujer, la Condesa Agatha Matild, que los pinos y arboledas que esta tanto cuidaba le impedían ver con claridad las aguas del hermoso Lago Mondsee. Sin prestarle mayor atención, esta le habría respondido “Si tanto te molesta, ¡por qué no levantas tu biblioteca, viejo cascarrabias! Mis arboles de ahí no se mueven”. Y con un “¡Quizá lo haga, so bolsa de arrugas!”, el Conde Leopold se embarcó a la locura. 

Tirando de algunas de sus muchas cuerdas en el Hof, el Conde Leopold logró que uno de los ingenieros de la Wolkenkommission visitase su palacio de verano en Mondsee, con el fin de que evaluase la mejor manera de echarlo a volar. Olvidándose de todas las dudas y resquemores que la sana prudencia le hizo experimentar luego de oír lo que el viejo noble estaba dispuesto a pagar por ello, los planes para instalar la subestructura de wolkenstahl bajo el palacio estuvieron listos al cabo de tres meses, y en menos de un año el edificio flotaba apaciblemente sobre blancos nubarrones, sus vetustos torreones y espigadas techumbres luciendo como sacadas de un cuento de hadas.

La fiesta de máscaras con la que el buen conde inauguró la magnífica nueva ubicación incluía entre sus invitados a todo aquel que valiese la pena nombrar, y durante esta se implantó el incentivo más poderoso que la mente humana ha sabido concebir: La envidia. Si los Ezterhazy von Galántha tenían un palacio en el cielo, ¿por qué no los Von Metternich? Claramente la dignísima casa de los Khevenmûller-Metsch no podría ser menos, y que no se diga de un Starhemberg que sus propiedades están todas amarradas al suelo, que vergüenza. A esta incipiente moda pronto se unirían las castas menores de la aristocracia, burgueses y mercantes adinerados, así como numerosas entidades estatales y uno que otro excéntrico extranjero. Planes se urdieron para levantar las más absurdas obras de edificación celeste; una vez que los arquitectos cayeron en cuenta que las sorprendentes cualidades del wolkenstahl les permitirían diseñar estructuras que bajo cualquier otra condición serian imposibles de mantener en pie, se lanzaron en una frenética carrera por superarse mutuamente, en lo que con los años ha venido a ser descrito como el Pequeño Renacimiento Austriaco.

Lagunas en el cielo alimentadas por glaciares artificiales, teatros entre las nubes, castillos de torres tan altas y delgadas como agujas; parecía no haber límite a lo que el ingenio humano podía crear, y el mundo observaba atónito como una maravilla tras otra era arrojada a surcar las alturas del Oberreich, tanto que se acabó instalando un término para referirse a la creciente obsesión austro-húngara por plasmar fastuosidad y opulencia de la mano con tecnologías fantasticas: Herrlich.

Terror en el Firmamento

Mas la debacle que todos esperaban finalmente llegó: En 1866, Prusia y Austria-Hungría se declaran formalmente en guerra por el control de Germania, y el mundo se paraliza a la espera de lo que iría a ocurrir. Los austro-húngaros, confiados por su tecnología superior, movilizan la Wolkenflotte esperando una rápida victoria, adentrándose en territorio prusiano y sepultando las ciudades de Breslau y Liegnitz bajo una letal lluvia de artillería. La embestida es prontamente respondida por las fuerzas de Bismark, empleando una sorprendente nueva tecnología denominada gas atronador. Aunque menos eficiente que el wolkenstahl, esta otorga a los prusianos la posibilidad de nivelar el campo de batalla, y durante dos años los cielos centroeuropeos se iluminan con los estruendosos intercambios de fuego de las potencias; regiones enteras son devastadas, primero por los letales bombardeos y luego por las estrepitosas caídas de los leviatanes que luchan por ellas. La destrucción es incalculable.

La brutalidad del conflicto termina por ser la principal motivación para concluirlo. En Diciembre de 1866, comandos italianos logran sabotear el Palacio Imperial de Hofbsburg, el cual colapsa sobre Viena y cobra la vida de decenas de miles de personas, entre ellas gran parte de la familia imperial. Luego, en Marzo del 67, el almirante prusiano Helmut von Klotz ordena la liberación de miles de metros cúbicos de gas atronador sobre la capital bávara de Múnich, sumiendo la comarca en un manto de oscuridad que tardaría meses en ceder y que provocaría incontables muertes por frío y hambruna. La paz llega finalmente luego de las temerarias acciones del schlosskommandant austro-húngaro Ignaz Hasenöhrl, quien intenta estrellar el monumental Tor von Stürmen directamente sobre Berlín, forzando la firma del armisticio (pese a lo cual se vio obligado a precipitar la fortaleza en los campos circundantes, pues su estabilidad estaba críticamente comprometida. Esto sería una futura fuente de conflicto para ambas naciones, pues la ciudadela resultaría ser un cofre de tesoros lleno de lo último en armamento wolkenwerk).

Austria en el Cielo, Austria en el Suelo

La Guerra Austro-Prusiana dejó en evidencia lo espeluznantemente devastador de estas nuevas tecnologías y sería la impulsora del desarrollo estratonáutico a nivel global. Mas para Austria-Hungría, el wolkenwerk habría de causar otra clase de problemas.

Durante el conflicto, los habitantes de ambas naciones vivieron bajo el temor constante de un enemigo que no necesitaba trepar murallas o vadear ríos. Aquellos que vivían en el suelo, al menos. Pocas semanas tras el inicio de la guerra, gran parte de la aristocracia cuyos palacios y mansiones habían sido puestos a volar cayeron en cuenta que podían escapar ilesos del conflicto si simplemente movían sus propiedades a sitios menos expuestos. Este éxodo de baluartes, casas de ópera y jardines celestiales pasó relativamente inadvertido en un comienzo, mas para cuando la Himmelsmarine prusiana logró irrumpir hacia el interior de la nación, la pregunta que muchos austro-húngaros y húngaros comunes se hicieron fue “¿Por qué no nos ayudan?”.

Al finalizar la guerra, el espíritu de unidad y patriotismo que un evento como ese genera rápidamente cedió, dando paso al resentimiento generado por la aparente cobardía y desapego de la aristocracia. El resentimiento cuajó en odio -muy posiblemente influenciado por activistas prusianos e italianos-, y no pasaron meses antes de que revueltas estallaran en numerosas localidades. La llamada Revolución del Barro tomó a la debilitada nación por sorpresa, y la brutalidad con la que fue suprimida terminó por partir a la sociedad en dos: Un Austria en el Cielo, el Oberreich, la de los nobles, los soldados y los patriotas, y otra Austria en el Suelo, el Unterreich, la de los sucios, los traidores y los separatistas; o según se cambie la perspectiva, un Austria en las Nubes, la de los cobardes, los egoístas y los opresores, y otra Austria en la Tierra, la de los pobres, los aguerridos y los sacrificados.

Difícilmente el flemático Barnabás Kostzka habría podido predecir lo que su accidental descubrimiento terminaría por provocar, pero habiendo muerto en uno de los tantos bombardeos que el Oberreich ha descargado como castigo sobre el devastado Unterreich, cabe imaginarse que habría preferido guardárselo para sí.

domingo, 26 de junio de 2016

Reloj de Vapor: Las Tierras del Sur

Hasta fines del Siglo XVIII, la existencia de un vasto continente en las regiones meridionales del globo había permanecido como una suerte de certeza nebulosa, conspicuamente presente en los mapas pero jamás confirmada ni desmentida. Aunque muchos exploradores a lo largo de los años reclamaron haber dado con evidencia de tales costas, esta legendaria Terra Australis Incognita se mantuvo elusiva, cautivando la imaginación de generaciones de navegantes, así como el interés de imperios deseosos de nuevas fronteras en un mundo que se hacia cada vez más pequeño. No es de extrañarse, entonces, que cuando el geógrafo escocés Alexander Dalrymple publicó sus Colecciones Históricas (que resumían numerosos registros de exploradores españoles y sus viajes por los Mares del Sur), una repentina urgencia por verificar los relatos se apoderara de la sociedad británica:

El número de habitantes del Continente Meridional probablemente supera los setenta millones, considerando que la extensión, desde las regiones orientales descubiertas por Juan Fernández en el Pacífico hasta las costas occidentales observadas por Abel Tasman en el Indo, es de casi 160º de longitud, lo que en la latitud 40º corresponde a 7,526 millas geográficas. Esta es una extensión mayor a la de toda la parte civilizada de Asia, desde Turquía hasta la extremidad oriental de China. No existe presentemente comercio desde o hacia Europa, aunque las sobras de esta mesa serían suficientes para mantener el poderío, dominio y soberanía de Gran Bretaña, al emplear a todos sus manufactureros y navíos. Quienquiera considere el Imperio Peruano, donde las artes e industria florecieron bajo uno de los más sabios sistemas de gobierno, que fuera fundado por un extranjero, habrá de ver las sanguíneas expectativas del Continente Meridional, desde donde es más que probable que Mango Capac, el primer inca, derivó, y debe convencerse de que el país, desde el cual Mango Capac introdujo las comodidades de la vida civilizada, no fallará en recompensar generosamente a las afortunadas gentes que hallan de otorgar cartas en lugar de quipus y hierro en lugar de incomodos substitutos.

Así fue como James Cook zarpó en 1769 rumbo a la recientemente descubierta Hiva, y de ahí determinar de una vez por todas la existencia o no de aquel continente. Para 1775 y luego de tres viajes, la verdad era pública: Las Tierras del Sur existían, y eran más sorprendentes de lo que se pudiera haber imaginado. Su misteriosa desaparición en Valparaíso tras finalizar su cuarto -y, según se dice, no autorizado- viaje en 1776 arrojó algo de intriga sobre el asunto, pero quedó rápidamente en el olvido ante la frenética carrera por hacerse con el territorio.

Los intentos británicos por mantener la información en secreto resultaron infructuosos, y para 1790 era difícil toparse con alguien que no hubiese oído de las noticias (las cuales se volvían más insólitas cada vez que alguien las volvía a contar). Franceses, españoles, holandeses, portugueses y daneses se sumaron con sus propias expediciones, y antes de fin de siglo ya se contaban al menos una docena de colonias en distintas latitudes.

Aunque originalmente se pensaba que la totalidad del Continente Meridional se constituía en una sola gran masa de tierra, exploraciones posteriores demostraron que en realidad se compone de dos subcontinentes separados por el Mar de Cook. Inicialmente denominados simplemente Terra Australis Orientalensis y Terra Australis Occidentalis, el conjunto que hoy se denomina Tierras del Sur engloba cinco regiones diferentes: Mu y el Archipiélago de Hiva (pronunciado “jiva”), en el Pacífico; Lemuria, en el Índico; las Indias Meridionales, directamente al sur de las Islas de las Especias; y la Antártica, en la zona polar.

Mu y Hiva

Mu corresponde a la masa oriental de las Tierras del Sur, ubicándose a unos 3.000 kilómetros de distancia de las costas de Sudamérica, extendiéndose desde el tropical Archipiélago de Hiva en el norte hasta lo que, se presume, debe ser una conexión terrestre con la Antártica. Caracterizada por una accidentada red de cadenas montañosas y las prístinas selvas y junglas que yacen apretujadas entre estas y el mar, Mu ha demostrado ser increíblemente difícil de explorar. Hiva es la excepción, con sus apacibles aguas y paradisiacas islas siendo el hogar de una sofisticada civilización, que algunos han postulado sería es el legendario Hawaiki desde el cual las culturas polinesias aseguran provenir. 

En 1864, Augustus Le Plongeon, un fotógrafo y anticuario estadounidense, dio en la Península de Yucatan con evidencia que sugería a la existencia de una tierra en el Pacífico desde la cual la civilización maya habría originalmente arribado; interpretaciones liberales de textos egipcios e incaicos también hacían supuesta alusión a dicho mundo perdido. Le Plongeon estaba convencido de que esta tierra, traducida como Mu de los registros mayas, debía ser la Terra Australis Orientalensis, consiguiendo financiamiento de la Sociedad Mayanista de Norteamérica para explorar el hasta entonces ignoto Golfo de San Gaspar, el cual pensaba se extendía hasta el corazón del continente. Lo que allí encontró lo dejó atónito: Restos megalíticos de civilizaciones nunca antes vistas regaban las costas de San Gaspar, semi-sepultados por lo que evidentemente eran siglos, si es que no milenios, de abandono. Violentos nativos le obligaron a abandonar la región en apuro, mas no sin antes hacerse con una exuberante colección de piezas, misma que sirvió para dar credibilidad a sus teorías y formalmente otorgar al continente el nombre de Mu.

Los repetidos intentos por regresar al Golfo de San Gaspar, así como de explorar el interior del continente desde las costas del Mar de Cook, se han visto una y otra vez embrollados en accidentes y desapariciones, sin que una sola expedición haya sido capaz de penetrar más allá de las montañas que rodean la región cuan se trataran de una muralla; ni siquiera los navios voladores enviados por rusos y prusianos han sido capaces de regresar. Los habitantes de Hiva señalan que aquellas tierras son el hogar de los primeros hombres, selladas por los dioses y prohibidas para el resto de los mortales, lugar de maravillas indescriptibles y saberes mucho tiempo ha olvidados por la humanidad; la kohatu whakaaro, la insólita rocasabia o hivarita que los reyes de Hiva pueden alterar a voluntad y que tan buenos precios consigue en los mercados internacionales, se dice proviene de aquel sitio. 

Más allá de los misterios que esconde el interior de Mu, el grueso de la actividad europea en el continente se concentra en el Archipiélago de Hiva, donde ingleses, franceses y españoles se han repartido los millares de islas e islotes que lo componen. Aunque inicialmente se actuó con cautela, procurando reclamar territorios inhabitados o, a lo sumo, controlados por tribus pequeñas e independientes, la riqueza de las islas interiores se les acabó haciendo insoportable, llevando a un sostenido deterioro de las relaciones con los reinos de Hiva en décadas recientes. Convenciendo a algunos de los monarcas locales de otorgarles exclusividad comercial a cambio de protección, las compañías mercantes holandesas han instalado varias de sus ciudades flotantes en la región, aunque más que disuadir a las demás naciones esto las ha envalentonado, por lo que un conflicto abierto podría estar a la vuelta de la esquina.

Lemuria

Lemuria se compone de dos partes importantes: La Isla de Yavarta, en el corazón del Océano Indico, y las tierras que rodean al Canal de Van Diemens (aunque estas últimas son técnicamente parte de la masa terrestre de las Indias Meridionales). La región fue bautizada como Lemuria por el zoólogo británico Philip Sclater, luego de pasar casi una década investigando las junglas de Yavarta y determinar que esta debía ser lo que restaba del antiguo continente sumergido que millones de años antes habría conectado la India con Madagascar. 

Lemuria es el paraiso de botánicos y zoólogos, albergando una sorprendente variedad de megafauna previamente considerada imposible, aun cuando el prospecto de ser víctimas de insectos tan grandes como caballos y calamares con la extensión de vapores debiese actuar como atenuante ante cualquier exceso de entusiasmo. Nadie sabe como es que tales criaturas llegaron a ser, o el porque de su particular concentración en este lugar, pero desde su descubrimiento las naciones se han mostrado especialmente cautelosas con lo que dejan salir de la región, no fueran estas aberraciones a multiplicarse fuera de su hábitat original, donde al menos se tienen unas a otras para mantenerse controladas.

La peligrosa naturaleza local ha jugado en contra de los deseos colonialistas en Lemuria, reduciendo la presencia europea a un puñado de enclaves en la Península de Nueva Finisterre, en el extremo occidental, mientras que los turcos se han hecho con algunas de las Islas Rojas, más al norte. El antiguo puerto de Vasatra, gobernado por el Majarash de Yavarta, es el único sitio habitado en Lemuria que precede al arribo europeo, y que ha logrado conservar su independencia gracias a su crucial rol en el abastecimiento y supervivencia de las colonias cercanas.

Las Indias Meridionales

Cubriendo una extensión presumiblemente más grande que Sudamérica, las Indias Meridionales corresponden al mayor segmento de las Tierras del Sur, limitando con el Mar de Cook al este, Lemuria al oeste, el Mar de Arapura al norte y, posiblemente, la Antártica al sur.

En su mayor parte inexplorado, el continente es sin embargo un atractivo destino para inmigrantes, atraídos por las prósperas colonias dedicadas a la explotación de recursos exóticos y novedosos; aventureros de todos los tipos regularmente arriban para intentar hacerse de renombre descubriendo nuevas maravillas naturales, mientras que naturalistas se dan un festín de sorpresas estudiando formas de vida nunca antes vistas.

Aunque múltiples naciones poseen presencia en las Indias Meridionales, los principales actores en la región son la Compañía Británica de las Indias Orientales, la Compañía Brandemburguesa y la VOC. La intensa rivalidad entre estas entidades se encuentra completamente desatada aquí, distantes como están del mundo civilizado. Sin autoridades a las cuales responder o naciones locales con las cuales negociar, no hay escrúpulo que valga a la hora de enfrentarse, dando pie a un permanente estado de hostilidades que, aunque fuente de incontables oportunidades a quienes sepan navegar el brutalmente pragmático mundo de las guerras corporativas, hace de la vida en estas colonias un asunto verdaderamente peligroso.

martes, 21 de junio de 2016

Reloj de Vapor: ¡Piratas!

Desde que los primeros valientes en atreverse a surcar los mares cayeran en cuenta de que transportar bienes por las aguas era mucho más efectivo que hacerlo por tierra, los primeros piratas descubrieron que robar barcos completos era considerablemente más lucrativo que asaltar caravanas. Una plaga tan antigua y resiliente que ha sobrevivido a faraones, reyes, sultanes y presidentes, la piratería siempre ha sido un fiel reflejo de su tiempo (en un espejo de lo más sucio, digámoslo, pero un reflejo al fin y al cabo), y su encarnación moderna no es la excepción, habiéndose adaptado rápidamente a las nuevas tecnologías para azotar mar y cielo por igual.

Un Nuevo Siglo de Oro

La guerra es el mayor aliado de la piratería; aquellos cañones que las naciones apuntan unas a otras están demasiado ocupados como para lidiar con las ratas que les roban por las espaldas. Y aunque durante la segunda mitad del Siglo XVIII las potencias europeas fueron capaces de ponerle riendas a esta bestia, el Siglo XIX vio gran parte de esta labor arruinada, primero por el surgimiento de la piratería estratonáutica y posteriormente por la creciente inestabilidad geopolítica.

Alimentados por las pugnas entre las potencias, la expansión colonialista -junto con el tentador comercio involucrado- y el establecimiento de cuasi-naciones dispuestas a ofrecerles santuario, los piratas decimonónicos se encuentran en pleno auge, embolinando las nubes y haciendo que las olas hiervan.


Las Provincias Piratescas


Que se sepa, no existe una sola organización que unifique a todos los piratas del globo; en ocasiones corren rumores de hermandades secretas y pactos de sangre que discurren por los siete mares, pero la caótica realidad, donde piratas de estos, esos y aquellos colores están tan prestos a masacrarse entre ellos como fueren mercantes portugueses atiborrados de canela, no parece respaldar aquellas historias. Dicho lo anterior, se ha vuelto costumbre entre las flotas del mundo el identificar cinco grandes regiones según las cuales la piratería se divide, denominadas "provincias piratescas". Singapur, la Cofradía Austral, las Costas Berberiscas, la Costa de los Piratas y los Cielos de Cachemira, todos lugares que se han vuelto sinónimos de peligro y latrocinio, pero también de cierto carisma romántico que evoca aventuras y libertad a ultranza.

Singapur es el principal centro de piratería en el sudeste asiático. Devastada por los maremotos ocurridos durante el Día del Trueno, la ciudad cayó bajo control de múltiples organizaciones criminales rapiñando sobre los miles de damnificados, las que eventualmente forzaron a la Compañía de las Indias Orientales a abandonar el puerto. Reconstruida con la habilidad de un carpintero tuerto (apilada sería quizá una mejor palabra, con algunos trozos colgando del aire aquí y allá gracias a trozos del sur de China que acabaron por esos lares), Singapur es hoy un hacinado antro de rufianes, sicarios y traficantes, base de operaciones de cuando menos tres docenas de tripulaciones y centenares de agentes independientes. Pese a su estatus como agujero de alimañas, la ciudad se encuentra protegida por una complicada red de tratos y pactos secretos que sus siete maharajáes han forjado con potencias y compañías extranjeras, especialmente con los holandeses, quienes gozan de generosos beneficios comerciales. Y cuando eso no funciona, los restos del HMSS Obliterator, estrellado en medio de Singapur durante el cataclismo, sirven como feroz batería de artillería -y posible bomba de tiempo.

La Cofradía Austral, en el extremo sur de América, es una colección de bandidos, mercenarios, experimentos independentistas, pseudo-naciones y cuanta rareza geopolítica se pueda uno imaginar. Protegida por los traicioneros fiordos patagónicos, la Cofradía existe como el resultado de la anarquía desatada que se apoderó de la región tras el colapso de la República de Chiloé, demostrando ser un irreductible pandemonio a todos quienes han intentado ponerlo bajo control. Instalados en las puertas del Océano Pacífico, los piratas australes festinan regularmente de navíos circulando por el Estrecho de Magallanes; las flotas regresando de las ricas colonias en Mu tienden a ser su plato predilecto, pero cualquier cosa que flote o vuele por la zona está en el menú.

Las Costas Berberiscas, en el norte de África, persisten como uno de los mayores dolores de cabeza para Europa. Nido de piratas desde tiempos del Profeta, los pequeños reinos y clanes que se reparten su extensión gozan del favor y protección del Imperio Otomano, el cual está contento con dejar que roben y esclavicen a quien se les cruce por delante a cambio de su lealtad. Las razzias o redadas berberiscas atormentan aldeas y puertos por todo el Mediterráneo, y con la adopción de aeronaves turcas durante la invasión francesa de Argelia en 1830, los piratas de la región han podido extender inmensamente su alcance, atacando localidades tan distantes como Brasil, Irlanda y Zanzíbar.

La Costa de los Piratas, en el extremo oriental de la Península Arábiga, es un embrollo que nadie entiende: Los ingleses reclaman que los holandeses financian a los piratas de la zona para que depreden su comercio en el Índico; los holandeses acusan a los turcos de atizarlos para asegurar su control sobre el Mar Rojo y el Golfo Persa; los turcos apuntan a los rusos y señalan que todo es una artimaña del Zar para desestabilizar la región; y los rusos responsabilizan a los ingleses por fabricar el asunto para justificar su militarización de la zona. Lo más probable es que todos estén en lo correcto, apuntándose cínicamente unos a otros mientras los piratas se quedan con pan, pedazo, tesoro y esclavo. 

Los Cielos de Cachemira corresponden a una vasta e inexplorada región en el corazón de Asia, dominada por un conjunto de clanes de piratas del aire. Docenas de inexpugnables fortalezas se ocultan en las elevadas cumbres montañosas, siendo tremendamente difíciles de ubicar y otorgando cobijo a estratonautas que ya eran antiguos cuando el primer emperador mogol intentó infructuosamente acabar con ellos. Que sus complicadas y ancestrales tradiciones no confundan, sin embargo; estos piratas son tan sanguinarios como cualquier otro, cosa que bien saben los mercantes ingleses, persas, indios, rusos y chinos que han aprendido a escapar ráudamente de cualquier nube que parezca estarse moviendo contra el viento.

Hostis Humani Generis


La doctrina del Mare Liberum, o Mar Libre, estipula que el altamar pertenece a toda la humanidad; nadie se puede hacer con su control, siendo el uso libre y honesto de las aguas un principio que todo ser civilizado debe respetar. Las naciones poseen el derecho a reciprocidad en guerras y escaramuzas, pero más allá de eso, procurar la apertura de los mares es un imperativo moral.

Sobra decir que todo esto le va sin el menor de los cuidados a un pirata; su oficio consiste precisamente en el uso deshonesto del altamar. ¿Que hacer, entonces? “Si las aguas nos pertenece a todos”, dicen los juristas navales, “viene de perogrullo decir que aquellos que abusen de ellas injurian a la humanidad en su conjunto”. Y de aquí surge la idea del Hostis Humani Generis, el Enemigo de la Humanidad, manera docta de referirse a la condición de un pirata como presa libre para cualquier individuo que tenga el infortunio de cruzarse con el. En términos prácticos, esto quiere decir que toda persona, sin importar su origen o condición, goza del derecho de capturar y ejecutar a quienes ejerzan la piratería. Y con el auge del latrocinio naval, no son pocos quienes han encontrado su llamado en la cacería de bucaneros y ratas de mar -dar con una tripulación cansada y rica tras una redada exitosa puede dejar a un sujeto provisto de por vida-, aun cuando en ocasiones la diferencia entre cazador y cazado no sea más que la dirección en que vuelan las balas.


viernes, 17 de junio de 2016

Reloj de Vapor: La República de Chile en 1883

Hoy daremos un vistazo otra de las naciones de Reloj de Vapor, la República de Chile.

República de
Chile
Capital: Valparaíso
Regente: Benjamín Vicuña Mackenna, Presidente de la República
Lengua Oficial: Castellano
Moneda: Peso

Atrapada por la geografía y la ambición, la próspera pero desconsolada República de Chile se encuentra en un entuerto, toda vez que, en el lapso de dos décadas, ha acabado casi sin darse cuenta por ceder control a poderosísimas compañías e intereses extranjeros que, hambrientos de sus vastos recursos naturales y de aprovechar su inmejorable posición a las puertas del Pacífico, se detendrán ante nada para asegurar su dominio sobre esta delgada franja de valles y montañas, lugar de geniales pero incomprendidos inventores, profundas conspiraciones y misterios ancestrales.

Chile ocupa la mayor parte de la costa centro-occidental de Sudamérica, apretujada entre la Cordillera de los Andes al este y el Océano Pacífico al oeste. Al norte, el caos desatado por la Guerra del Salitre ha convertido el Desierto de Atacama en la caja de arena de las oficinas salitreras, mientras que el sur es carcomido por los piratas de la Cofradía Austral y las conspiraciones afrancesadas del Reino de la Araucanía. Una tierra accidentada pero rica en recursos como el salitre-orosal y el carbón ígneo (las minas de Lota, en el sur del país, ostentan el segundo yacimiento más grande de ignitita natural conocido), Chile se encuentra experimentando la mayor bonanza económica de su historia gracias a la explotación de los mismos. Esto, empero, le ha costado caro, sufriendo gravemente bajo las maquinaciones de las grandes compañías mercantes y las potencias que las auspician.

La situación política en Chile es delicada. La excesiva influencia británica obtenida tras las dos Guerras Hispano-Sudamericanas y la reticencia del gobierno local a ponerle freno a su intervencionismo acabaron por desatar una dañina guerra civil entre 1875 y 1879, cuando el Congreso Nacional logró hacerse con el control de la armada y el ejército para deponer al presidente y al ministro-comisionado que representaba a Inglaterra en el gabinete, mientras que el ejecutivo era respaldado por la Flota del Aire (formada con directo auspicio de los ingleses). Este conflicto dividió profundamente al país, con los Parlamentaristas de un lado oponiéndose a la influencia británica -pero obsequiosos ante prusianos y holandeses que les proveyeron ayuda en el enfrentamiento a cambio de vastas conceciones comerciales- y los Presidencialistas del otro insistiendo en la necesidad de contar con la protección de Inglaterra ante el peligro de la presencia española y francesa en las fronteras. Esta división ha creado extraños compañeros de cuarto, quebrando partidos y mezclando liberales con conservadores y laicistas con ultramontanos. Tras bambalinas, conglomerados como la Compañía de las Indias Orientales, la Compañía Brandenburguesa, la VOC, el Consorcio Carbonífero y la Agencia Holder procuran repartir bien sus piezas en todas partes del tablero, empecinados en proteger sus inmensamente lucrativos intereses en la región.

La Guerra del Salitre

La restitución del Virreinato del Perú tras la Primera Guerra Hispano-Sudamericana sumó una enorme cuota de incertidumbre al futuro de la lucrativa industria del salitre en el Desierto de Atacama. Antes del conflicto, numerosas compañías chilenas habían adquirido derechos de explotación en territorios bolivianos que ahora estaban bajo ocupación española; si bien el Tratado de Iquique de 1866 firmado entre Chile y España aseguraba a los inversionistas que sus intereses serían respetados, esto solo consideró concesiones previas a la guerra, impidiendo que nuevos permisos fueran entregados a capitales no-españoles, además de dificultar enormemente las operaciones que ya estaban funcionando. Para los ingleses, que controlaban una importante cuota de las compañías salitreras chilenas, la situación resultó del todo indeseable, llevando al gobierno británico a presionar intensamente a Chile para que impugnase la ocupación del desierto. Agotada por la reciente lucha y aun sufriendo las consecuencias de la Guerra Austral, la joven república hizo oídos sordos.

Pero Inglaterra no iba a dejar ir este asunto con facilidad, especialmente no ahora que el descubrimiento del orosal había catapultado el valor del desierto hasta las nubes; dejar que todo cayera en manos de los españoles era impensable. Si Chile no iba a ir a la guerra por las buenas, iría por las malas.

En 1867, los primeros de los llamados “Folios de San Genaro” hicieron su aparición. Supuestamente descubiertos en una de las bóvedas del Banco de Valparaíso, estos documentos consistían en concesiones de explotación otorgadas por el gobierno boliviano a un tal Genaro Subercaseaux, quien las habría vendido a una serie de inversionistas antes de su muerte, sin jamás haberlas empleado. Aunque la autenticidad de estos papeles fue cuestionada prácticamente desde el primer día, el embajador británico en Chile hizo especial hincapié en que su gobierno haría todo en su poder por defender los intereses de sus ciudadanos, justamente entre quienes se contaban varios de los beneficiados por estas regalías de “San” Genaro (lo de santo le decían por la capacidad de crear millonarios de la noche a la mañana con aquellos “milagrosos” documentos).

Portando estos documentos para ampararse en las condiciones del Tratado de Iquique, docenas de compañías chileno-británicas formadas en lo que canta un gallo se aprestaron a iniciar operaciones en territorio español. A sabiendas de que muy probablemente no serían recibidos con brazos abiertos, estas compañías ofrecieron generosas sumas de dinero a veteranos de la Primera Guerra Hispano-Sudamericana para que les proveyesen de protección; esto eventualmente derivaría en la formación de la Agencia de Seguridad Holder, una de las mayores compañías mercenarias en la actualidad. El Virreinato puso el grito en el cielo, exigiendo a Chile que detuviese estas incursiones, mas el gobierno de Santiago se declaró incapaz de hacer cosa alguna, viendo como esto se trataba de un asunto de privados haciendo valer sus derechos protegidos por el tratado.

Las escaramuzas entre holders y españoles se volvieron comunes, a medida que más y más compañías recibían la “Bendición de San Genaro” junto con una saludable cuota de dádivas pecuniarias de parte de la embajada británica; aunque algunos acercamientos se intentaron para buscar una solución pacífica, el conflicto escaló lo suficiente como para desatar un segundo enfrentamiento en 1871. La Segunda Guerra Hispano-Sudamericana comenzó con la declaración formal de hostilidades por parte de España ante Chile, a lo que rápidamente se incorporó Inglaterra de parte de estos últimos. Los casi dos años que duró la contienda fueron intensos y feroces, en gran medida por la revolución armamentista que significó la invención de la pólvora dorada, fabricada a partir de orosal y capaz de detonar con una fuerza muy superior a los explosivos regulares. Y aunque las bajas fueron considerables en ambos bandos, la alianza anglo-chilena acabó por imponerse, forzando a España a ceder el control del Desierto de Atacama a Chile en Marzo de 1873.

Este fue un regalo con condiciones, sin embargo. Durante la guerra, Inglaterra se las ingenió para instalar un consejero general como asesor del gobierno chileno; para 1873, el consejero había sido reemplazado por un ministro-comisionado, esencialmente otorgando un puesto en el gabinete presidencial a los ingleses. Este funcionario tenía un papel lo suficientemente ambiguo como para permitirle inmiscuirse en lo que quisiese, y eso fue precisamente lo que hizo: Entre 1873 y 1875, la oficina del ministro-comisionado se hizo cargo de organizar la entrega de concesiones salitreras en Atacama, regular las relaciones diplomáticas con el Reino de la Araucanía -una marioneta de Francia que Inglaterra deseaba neutralizar- y nombrar oficiales adjuntos para la armada y la recientemente formada Flota del Aire -el ejército estaba firmemente influenciado por los prusianos y logró resistir la intervención inglesa. Era un protectorado en todo salvo nombre.

La maleabilidad del gobierno para con los ingleses no cayó bien en todas partes, sin embargo. En el congreso, los poderosos parlamentarios estaban tan espantados como furiosos por la situación; espantados por el prospecto de acabar anexados por Inglaterra y furiosos por el papel preponderante que esto le otorgaba a la figura del presidente. Envalentonados por un discurso patriótico e impulsados tanto por sus vastas fortunas personales como por el creciente flujo de dinero proveniente de organizaciones como la VOC y la Compañía Brandenburgesa -ambas interesadas en quedarse con una parte de las riquezas del desierto y especialmente preocupadas por la posición privilegiada que todo el asunto entregaba a la Compañía de las Indias Orientales-, el congreso llevó a cabo un golpe de estado a fines de 1875 con la ayuda del ejército y la armada -esta última experimentó su propia suerte de pequeño golpe, cuando oficiales leales a los parlamentaristas depusieron a la cúpula instalada por los ingleses-, expulsando al ministro-comisionado y enviándolo a la isla-prisión de Juan Fernández, misma donde fue a parar el depuesto presidente Federico Errázuriz. Conscientes de que Inglaterra intervendría, el congreso consiguió el apoyo económico de los holandeses y prusianos a cambio de acceso a explotar los yacimientos de orosal atacameños. En respuesta, la Compañía de las Indias Orientales se apresuró a reforzar sus operaciones en la región, y para 1877 las tres colosales entidades se hallaban batiéndose a punta de cañonazos desde sus ciudadelas móviles.

Guerra del Salitre es el nombre con el que se ha venido a denominar este extraño conflicto, que seis años más tarde aun sacude el desierto. Aunque una tenue paz logró ser instaurada en Chile luego de que la elección de Benjamín Vicuña Mackenna como presidente en 1879 y el traslado de la capital a Valparaíso -centro del poder parlamentario- sirviesen para apaciguar los ánimos, las facciones que pugnan por el control de la nación -los distintos partidos parlamentaristas y presidencialistas, así como los intereses comerciales de las grandes compañías mercantes- distan de haberse rendido, cada una tirando de la enredada maraña a cada oportunidad. Esto ha propiciado que en la región de Atacama se instale una sensación de anarquía y cada-quien-por-lo-suyo que ha venido de perillas a las oficinas salitreras y a los mercenarios de la Agencia Holder que se llenan los bolsillos cada vez que alguna de ellas necesita, literalmente, aplastar a la competencia.

Salitreras Errantes

Sacudiendo la tierra con su andar lento, pesado e inexorable, las salitreras errantes que discurren por el Desierto de Atacama batallando unas con otras por devorar sus riquezas son un recordatorio de los peligros y oportunidades que tanto abundan por esos lares. Las más sencillas poco más que destartaladas casuchas sobre orugas tripuladas por equipos disecados por la cal, las más sofisticadas verdaderas ciudades móviles cargando con miles de almas a cuestas entre hornos abrasadores y retumbantes refinerías, pero con escuelas, bibliotecas e incluso teatros para cuando sus labores culminan, estas ciclópeas maravillas tecnológicas existen fundamentalmente por dos razones: La inestabilidad política de la región que hace del quedarse en un solo sitio fatalidad segura, y la proclividad de un suelo henchido de orosal a estallar en devastadoras, mas sin duda espectaculares, estampidas de destellos solares y energía tan intensas que del acero hacen vapores.

En el desierto pauta lo del sálvese quien pueda, y nada ejemplifica esto mejor que los combates entre salitreras. Andanadas de cañones, flotillas de artilugios estratonáuticos, minas explosivas e incluso derechamente románticos abordajes a punta de garfio, sable y bayoneta, cualquier método es aceptado en la carrera por quedarse con los caudales de Atacama. 

Sea ya sobre una de las colosales oficinas-fortaleza de las grandes compañías mercantes, de las modestas refinerías de inversionistas pequeños o de los ingenios escacharrados armados a punta de reciclar salitreras destruidas que suelen emplear los más impávidos buscafortunas sin un cuesco, quienes decidan embarcarse en esta salvaje, desenfrenada y parcialmente demente empresa que es el salitre harán bien en recordar que, como allí dicen, “la riqueza es cosa de suerte; la tumba es cosa de tiempo”.

Rumores: Gigantes de Piedra

Historias sobre mineros desenterrando enormes estatuas de piedra comenzaron a circular a los pocos años de que el orosal fuere descubierto mezclado en los yacimientos de salitre. Presumiblemente de origen pre-incáico, estos gigantes parecen estar repartidos por el desierto sin un patrón claro, y algunos rumores llegan de que se los ha visto levantarse entre destellos dorados para demoler todo a su paso. Aunque es de buen saber que darle mucho crédito a los cuentos de mineros cocinados por el sol es asunto de zopencos, los comerciantes de chatarra en puertos como Coquimbo y Antofagasta han estado recibiendo restos de algunas salitreras errantes que a todas luces fueron aplastadas de maneras que nadie se puede explicar todavía.

jueves, 16 de junio de 2016

Reloj de Vapor: La Breve y Cuestionable Historia de los Viajes en el Tiempo


Los viajes en el tiempo -la Crononáutica, como la conocen los enterados- es una realidad en el mundo de Reloj de Vapor. Es lo que permite a los franceses mantener sus vastos dominios coloniales en el Jurásico, a los rusos minar la brutalmente primitiva Tierra del Eón Hadeano y a las gentes de incontables eras entrecruzarse por los pasillos de la historia para dar origen al ecléctico Ultramundo.

Pero para el común de las personas en 1883, el asunto es poco más que brujería científica, tema de charlatanes y periódicos sensacionalistas. Hubo un tiempo en que el público creyó en ellos, los cronólogos y crononautas, pero todo terminó por venirse abajo entre escándalos y desfalcos, sepultando la incipiente disciplina para siempre en el imaginario popular.

Aquí daremos un rápido vistazo a su corta y problemática vida pública.

Aunque poco más que ficción por estos días, hubo un tiempo en que la crononáutica -la colección de disciplinas enfocadas en el estudio y ejecución de los viajes temporales- cautivó al globo con sus fantásticas promesas, haciendo que muchos creyésemos estar al borde de un descubrimiento de tal magnitud que sus repercusiones alterarían para siempre el curso de la historia.

Empero, una seguidilla de decepciones, errores y francos embelecos acabaron echando por tierra todo aquello, destruyendo reputaciones y manchando a todo aquel alguna vez asociado con la materia.

Aunque lamentable, la corta historia de la crononáutica no deja de ser un relato interesante, una lección de los peligros de dejarse llevar por las fantasías del romanticismo científico.

Profesor Bentham Cloyne

La Escuela de Ingolstadt

La Crononáutica remonta sus humildes inicios a una controvertida teoría desarrollada en los pasillos de la Universidad de Ingolstadt, en Baviera. A mediados del Siglo XVIII, Konrad Himler y Sebastian Güntherhaus, ambos reputados filósofos naturales y miembros activos del Freidenkerkreis, hicieron pública su obra Gespräche über Zeit un Ort (“Conversaciones Sobre el Tiempo y el Lugar”), en la que elaboraban una serie de principios al respecto de lo que llamaron “cronotopometría de la materia” y de cómo, bajo las condiciones adecuadas, sería posible su cuantificación. La teoría de Himler y Güntherhaus –que fuera declarada “filosóficamente estimulante, pero carente de todo sustento práctico” por sus pares-, se levanta sobre tres supuestos fundamentales:

1.- Todos los cuerpos existen en un lugar y momento a la vez. Dos cuerpos pueden existir en el mismo lugar o en el mismo momento, mas no en ambos simultáneamente.

2.- Tal y como los cuerpos están dotados de altura, anchura y volumen, también lo están de edad. El lugar y el momento que ocupa un cuerpo pueden ser medidos.

3.- De la intersección de las coordenadas cuantificables de sus dimensiones de lugar y de momento es que puede determinarse donde y cuando un cuerpo existe en relación a otros. Esta propiedad de exclusividad en el espacio y en el tiempo, o Cronotopometría, es natural y única a todo cuerpo, sea su existencia discernible o no.   

A partir de ellos, la teoría procede a sugerir que si la ubicación y el tiempo en que un cuerpo existe pueden ser medidos de manera cuantitativa, sería entonces posible determinar el lugar y momento en que cualquier cuerpo existe; solo restaría dotar a su cronotopometría de un valor numérico, tratándolo como una intersección entre cuatro ejes: La altura, la anchura, el volumen y la edad.

Por supuesto, el principal y más evidente escollo Himler y Güntherhaus se vieron obligados a enfrentar fue la aparente imposibilidad de crear un sistema de referencia que fuera capaz de medir unívocamente la cronotopometría de un cuerpo, puesto que todas las metodologías de medición conocidas simplemente se reducían a acotar el tiempo y el espacio en secciones completamente arbitrarias y sin verdaderas correspondencias universales en la naturaleza. Sin importar en que tantas secciones dividieran un metro o que tan preciso fuera el reloj utilizado, sin una medida de referencia desde la cual marcar un centro, un inicio o un final, no había manera apreciable de cuantificar cronotopometría de un cuerpo.

Lamentablemente, ninguno de los dos fue capaz de dar con una solución al dilema, y la reticencia de otros académicos a dejar de lado sus propios proyectos para involucrarse en lo que a todas luces era una causa perdida, sumada al grave desorden en que se hallaba la universidad por aquel entonces, condenaron a las teorías contenidas en Zeit und Ort a permanecer olvidadas en las polvorientas bibliotecas de Ingolstadt.

Werner, Hartman y la Resonancia Cronoetérea

La casualidad impidió que las teorías de Himler y Güntherhaus se perdieran para siempre. En 1811, Karlheins Werner dio con la única copia impresa del Zeit und Ort mientras reunía material de investigación para sus propios estudios sobre la naturaleza del tiempo. Con Ingolstadt ahora bajo el liberal manejo del Freidenkerkreis luego de la partida de los católicos y financiado por un noble bávaro de nombre Christian Friedich Wilhelminer –quien durante los años en que duró su relación se dedicó a atormentarlo con su casi lunática insistencia en mantener todos sus estudios en secreto-, Werner se abocó de lleno al desarrollo de una revolucionaria idea, fundamentada en la Teoría Cronotópica y en los descubrimientos con los que pocos años antes Thomas Young había logrado demostrar la existencia del éter luminífero: Que el entramado etéreo del universo, que permea a la materia y el espacio en su totalidad, se ve perturbado por la naturaleza del lugar y momento que cada cuerpo ocupa.

Werner describió a esta perturbación como una resonancia, luego de que sus investigaciones demostraran que el éter “vibra” con patrones que muestran consistencias relacionadas a la ubicación de un cuerpo en el tiempo y el espacio. El método que utilizó consistía de un contenedor de cuarzo en forma de una copa invertida, al cual estaba adherida una delgada aguja, la que a su vez tocaba una superficie de vidrio pintado; el cuarzo utilizado era del mismo tipo identificado por Young como “sensible al éter” y conectado a una corriente eléctrica, de manera tal que los movimientos en el éter circundante hicieran vibrar al cuarzo, transmitiéndose a la aguja, la que luego rayaba la pintura del vidrio, “dibujando” las vibraciones. Construyó diez aparatos iguales y los dispuso en sitios en torno a la universidad, procurando que todos fueran protegidos y vigilados para evitar movimientos indeseados. Lo que Werner pudo deducir a lo largo de los cinco años en que duró el experimento fue que las vibraciones medidas mostraban dos clases de patrones: 
  • Los Topométricos, concernientes a la ubicación de los cuerpos en el espacio. Estos resultaron diferentes unos de otros pero consistentes para cada uno en el tiempo con variaciones menores. Las pequeñas diferencias fueron ignoradas, ya que se condecían con el Principio de Corrientes del Éter, donde el movimiento de cuerpos muy grandes o densos, como el planeta Tierra, genera desplazamientos en el éter y lo arrastra consigo.
  • Los Cronométricos, concernientes a la ubicación de los cuerpos en el tiempo. Estos demostraron ser exactamente iguales para todos los aparatos medidos en un momento específico, cambiando al unísono a medida que las mediciones progresaban en el tiempo. Solo se detectaron pequeñas alteraciones momentáneas, que sin embargo afectaron a todos los objetos por igual, y fueron descartadas como interferencias del entorno.

Las conclusiones que Werner pudo obtener de este experimento fueron dos: Primero, que para cada combinación de lugar y momento existe también una única combinación de vibraciones del éter, y segundo, que tanto las vibraciones topométricas como cronométricas muestran incrementos respecto a un origen. Las estimaciones hechas por Werner situaron el origen cronométrico unos novecientos sesenta millones de años en el pasado, mientras que el origen topométrico parecía situarse en algún sitio de la costa este del Mar Mediterráneo, lo que si bien le resultó especialmente insólito, nunca consiguió profundizar del todo.

En forma paralela, el inglés Joseph Heartman había llevado a cabo una serie de experimentos con el propósito de determinar si era posible calcular la antigüedad de un objeto por medio del estudio de las propiedades del éter que arrastraba, los que hasta la fecha no habían resultado particularmente satisfactorios. Todo lo que había podido descubrir era que los cristales de cuarzo reaccionaban de manera diferente ante el éter liberado por ciertos objetos al ser sometidos a una corriente eléctrica, deduciendo que dicho éter permanecía atrapado en su interior, ya que no se comportaba de la misma manera que el éter circundante. Llamó a este fenómeno Imprimación Etérea.

Ambos cruzaron rumbos durante un simposio sobre las ciencias del éter organizado por el Real Instituto Británico en 1818, durante el cual Heartman se mostró sumamente interesado en los descubrimientos de Werner, proponiéndole llevar a cabo una investigación conjunta. Los propios hallazgos del inglés sorprendieron al académico de Ingolstadt, que en ningún momento había considerado la posibilidad de que porciones del éter pudieran separarse del flujo global y quedar fijas; el Principio de Corrientes solo admitía desplazamientos momentáneos o “estiramientos” de la substancia, no captaciones permanentes. Lo que sus estudios posteriores revelaron fue sorprendente: El éter imprimado poseía una resonancia distinta a la del éter circundante, mostrando patrones cronotópicos que correspondían a fechas y sitios muy distintos a los que las estimaciones de Werner daban por supuesto. ¿Qué quería decir esto? Ninguno de los dos estaba del todo seguro, pero sabían que acababan de abrir la puerta a un mundo de misterios tan inquietantes como peligrosos.

La Primera Topomigración

Para 1825, los trabajos de Werner y Heartman habían revolucionado las ciencias del éter. La razón se hallaba en lo que habían logrado: Manipular la frecuencia topométrica de una sección delimitada del espacio, obligándola a topomigrar, es decir, cambiar su ubicación de manera instantánea sin tener que trasladarse. Habían descubierto la teletransportación.

Para realizar tal hazaña, primero fue necesario replicar la frecuencia a la que un sitio en el espacio se encontraba asociada. Esto lo lograron por medio de un proceso de Resonancia Mecanizada, utilizando un sistema de engranajes que memorizó la manera en que una serie de cristales de cuarzo electrificados vibraban, para luego recrearla sobre un grupo diferente de cristales, tal cual se tratara del aparato interno de una caja musical. Esto resultaba en el segundo grupo de cristales vibrando a la frecuencia del primero, vibración que transmitían al éter circundante, el que pasaba a ocupar la posición correspondiente a la resonancia recreada. Al colocar estos cristales de manera tal que el éter afectado estuviera contenido dentro de un área delimitada, Werner y Heartman lograron que una sección del espacio cambiara de ubicación, llevándose lo que estuviera en su interior con ella. A causa de un fenómeno que llamaron Conversión Autónoma, la sección ocupada cambiaba lugares con la topomigrada, intercambiando sus frecuencias de vibración. El experimento tuvo como objetivo topomigrar un busto de mármol de sesenta kilogramos desde los laboratorios de la Universidad de Ingolstadt hasta una zona de terreno desocupado a casi dos kilómetros de distancia. Este desapareció de la plataforma de trabajo como se esperaba; en su lugar aparecieron cerca de tres toneladas de tierra y rocas. Dos días después, el busto pudo ser encontrado a siete metros de profundidad y más de doscientos de distancia del objetivo inicial. Aunque con cierto margen de error, lo habían logrado. Ahora solo restaba intentar moverlo en el tiempo.

Los Fósiles Cronoestáticos

En la edición del 3 de Octubre de 1827 del London Times se leía, en grandes letras, “¿Están las llaves del pasado al alcance de la mano?”, en referencia a las especulaciones que rondaban en la comunidad científica desde que el experimento de Topomigración de Werner y Heartman tuviera éxito: Si, al menos en teoría, fuese posible realizar el mismo ejercicio de replicar una frecuencia etérea imprimada y esto resultase en la cronomigración del cuerpo manipulado –es decir, que viajase en el tiempo-, ¿Dónde podrían estas frecuencias encontrarse? Con escasa rigurosidad científica y no pocos ánimos sensacionalistas, la columna procedía a indicar una serie de posibles “fósiles cronoestáticos” –término popularizado por dicha publicación-, objetos que podrían haberse visto sometidos a los efectos de la imprimación etérea en algún momento trascendental de la historia y que como tales podrían ser “las llaves de las puertas del pasado, el boleto de un viaje que podría llevarnos a presenciar las conquistas de Persia y disfrutar de banquetes junto al César”. Si bien la columna fue criticada por la ligereza de sus conclusiones y la pocos o ningún fundamentos que el periodista utilizó para confeccionar su lista, despertó un considerable interés sobre la materia en el público general, y lo cierto es que la idea de extraer una frecuencia desde el interior de una estatua de Nefertiti y poder abrir un portal al Antiguo Egipto intrigaba hasta al más conservador de los académicos.

Al poco tiempo museos, universidades, catedrales, sociedades históricas y coleccionistas privados de todas partes comenzaron a verse asediados día y noche por entusiasmados investigadores de dudosos antecedentes, solicitando instalar sus inusuales equipos con el fin de evaluar potenciales fósiles cronoestáticos. Como era de esperarse, estas solicitudes tuvieron por respuesta tajantes y no siempre respetuosas negativas, mientras que curadores y arqueólogos sufrían fatigas cortas de infarto toda vez que les eran detallados los “completamente infalibles” procedimientos a los que pretendían someter sus preciosas obras de arte de valor incalculable. Ante estos escollos, algunos de los autoproclamados “cronólogos”, impulsados más por la codicia que por la ciencia, decidieron acudir a métodos menos trasparentes, coludiéndose con toda clase de ladrones y profanadores de tumbas para conseguir sus objetos de estudio. Entre 1828 y 1832, cientos de irreemplazables piezas fueron robadas de colecciones en Europa y Estados Unidos, mientras que falsos arqueólogos causaron estragos en sitios de Egipto, Grecia y Centroamérica, dando a los cronólogos una reputación de manilargos, charlatanes y traficantes que poco bien hizo a la incipiente ciencia.

Como si las cosas no se hubiesen vuelto ya lo suficientemente peliagudas, en 1834 el cronólogo y prófugo de la justicia Hans Georg Konstantinovic disparó contra el Emperador Franz I de Austria, durante un atraco a los relicarios del Palacio Imperial de Viena. Si bien Konstantinovic fue abatido, la bala no pudo ser extirpada, finalmente causando la muerte del emperador al año siguiente. El magnicidio desembocó en un edicto que prohibió toda práctica de o investigación relacionada con la cronología en territorio austriaco, disposición que fue luego imitada por otras naciones europeas, cansadas de la batahola de robos y supercherías pseudocientíficas. En la misma línea, fundaciones y universidades que auspiciaban a numerosos cronólogos, preocupadas por los efectos en la opinión pública, pusieron fin a sus planes de financiamiento y cortaron su acceso a laboratorios, prácticamente sepultando los intentos por ahondar el campo de estudio de la cronología.

El Fiasco de Honnecker

Wolfgang Honnecker, un adinerado austriaco avecindado en Filadelfia reconocido por sus excentricidades, causó gran revuelo a través de los periódicos estadounidenses en 1841, cuando hizo público el anuncio de que un grupo de científicos bajo su auspicio había logrado obtener una llave cronotópica a partir de las piezas que componían su colección privada de arte babilónico, y que en el plazo de un año finalizarían la construcción de la máquina que lo transformaría en el primer hombre en viajar en el tiempo. Desde el incidente de Viena siete años antes, las publicaciones en la materia habían cesado por completo, habiéndose transformado en la brujería científica de lunáticos inescrupulosos, y eran muy pocos quienes estaban dispuestos a enturbiar su nombre por verse involucrados en el tema. Pero esto no evitó que el interés del público pasara de inicial curiosidad a ansiosa expectación a medida que más y más noticias sobre los intentos del magnate por viajar al pasado llegaban a sus oídos.

Tal y como fue prometido, la máquina del tiempo de Honnecker estuvo lista para el otoño de 1842, anunciando su puesta en marcha el 6 de Noviembre del mismo año, a presentarse en el Museo de las Ciencias del Instituto Franklin de Filadelfia. Como el filántropo que era, Honnecker logró reunir una nutrida audiencia de científicos, autoridades y académicos, muchos de los cuales dudaban del éxito de su hazaña, pero que de todas maneras estaban intrigados por ver que ocurriría. Uno de los tantos periodistas presentes describió a la invención como “Un colosal amasijo de piezas giratorias y pistones, sacudiéndose locamente al cacofónico ritmo de fuelles y válvulas copadas de vapor, alzándose sobre el escenario como si se tratara del aterrador órgano de una catedral de orates, contrastando con la preocupante delicadeza de las campanas de cristal y protuberancias de azulino cuarzo resplandeciente que bañan a la audiencia con luces y musicales tintineos sacados de otra era”. Tan intrigados como atemorizados, los presentes observaron en silencio como los asistentes de Honnecker preparaban el aparato y procuraban que todo estuviera en orden, mientras que el austriaco hacía gala de sus dotes de buen orador para cautivar sus mentes con lo que estaban a punto de presenciar. Tras ataviarse con un pesado traje de seguridad y ajustar sus gafas protectoras, ocupó el ornamentado asiento que habían fijado en el centro de una plataforma rodeada de anillos metálicos, llenos de brillantes cristales de cuarzo electrificados y con el aspecto de una singular jaula para aves. A su orden, los mecanólogos abrieron las válvulas y el pesado cilindro dentro del cual miles de complicados engranajes giraban al son de la frecuencia de los tiempos de Nabucodonosor se acopló al mecanismo principal. De inmediato, los cristales comenzaron a emitir una hipnótica vibración, brillando con mayor intensidad a cada momento. Segundos más tarde, el enorme salón se vio completamente engullido por una explosión de luz incandescente, que terminó tan rápido como comenzó. Tras la estupefacción inicial, exclamaciones de sorpresa llevaron a todos a mirar hacia el escenario, a medida que el vaho se disipaba para revelar que el asiento de Honnecker estaba completamente vacío. Anonadados, los presentes se pusieron de pie, primero algo confundidos, pero rápidamente uniéndose a la oleada de aplausos y vítores.

 “¡Miren, junto al escenario!” exclamó alguien, impulsando a cientos de ojos en la dirección señalada, donde la malograda figura de Honnecker salía a trompicones por una portezuela bajo la tarima, sangrando profusamente y con su traje hecho jirones. Desorientado, alzo los brazos intentando hablar, pero fue incapaz de articular una sola palabra antes de derrumbarse estrepitosamente. En la audiencia, los aplausos habían dado paso a un incomodo silencio, coreado por los fastidiosos resuellos de aquellos que caían rápidamente en cuenta del elaborado engaño del que habían sido participes.

¿Qué había ocurrido? Durante las semanas y meses que siguieron al fiasco, mucho se especuló de lo sucedido, sobre el engaño y la dramática aparición que lo siguió. ¿Un complicado truco que no había salido del todo bien? Quizás Honnecker había quedado atorado en la trampilla que claramente debió haber utilizado para desaparecer con tal rapidez, o una de las piezas de la máquina pudo haberse soltado mientras se escabullía bajo el escenario. Una minoría algo más osada especulaba con la idea de que el aparato realmente podía funcionar, pero que los mecanólogos habían cometido un grave error de cálculo, sometiendo a Honnecker a terribles presiones etéreas que por poco le matan; después de todo, Werner y Heartman habían demostrado que la teleportación era posible, y de eso ya dos décadas. Lamentablemente, el único hombre capaz de explicar realmente lo sucedido permanece, hasta el día de hoy, recluido en su mansión a las afueras de Filadelfia, consumido por la edad, la enfermedad y la paranoia. En la única entrevista que ha dado desde el incidente, reveló que su viaje a la Antigua Babilonia no solo había ocurrido, sino que había permanecido allí por más de tres años. El accidente, los supuestos mecanismos de escape e incluso la mala publicidad, todo habría sido obra de sus enemigos, o los “brillantes hombres con fuelles por corazón que están a tan solo una hoja de papel de distancia” como los describió al reportero. “Si nada de eso fue cierto, ¿puede alguien explicar donde conseguí las marcas de látigo que cubren mi espalda? ¿O por qué mis bolsillos estaban llenos de arena cuando me hallaron junto al escenario? Ya me parecía”


miércoles, 15 de junio de 2016

Reloj de Vapor: El Reino Celestial de Taiping

Hoy daremos un vistazo una de las naciones de Reloj de Vapor, Reino Celestial de Taiping, oculto entre las nubes mientras sobrevuela los restos despedazados de lo que alguna vez fuera el Imperio Chino.

Reino Celestial de
Taiping
Tàipíng Tiānguó

Capital: Tianjing
Regente: Hong Xiuquan, Rey Celestial
Lengua Oficial: Mandarín, Hakka
Moneda: Huobi Shangren

En palabras de Mariah Benningford, del Traveller’s Club de Londres, “La belleza de esta tierra es tal que estruja el corazón, obligando al visitante a detenerse varios momentos solo para recuperar el aliento. Es imposible creer que un sitio como este pueda existir, hasta que se lo ve en persona”. Y es que el Reino Celestial de Taiping hace honor a su nombre: La nación completa flota entre las nubes, sus montañas rasgando el azul inmaculado del cielo y sus rios de incierto origen derramándose en fabulosas cascadas que revientan en arcoiris ahí donde el suelo se termina. Aunque peligrosos, los profundos abismos que cruzan el territorio le otorgan un aspecto de fantasía, separándole en vastas islas e insólitos archipiélagos voladores, entre las cuales circulan extraños ingenios de piedra, madera y relámpago al son de tambores e impecables coreografías de navegación. Las guías de viaje suelen ignorar los paisajes que se encuentran bajo este fantástico pais, por supuesto, donde la sempiterna sombra solo se ve interrumpida por el constante castigo de tormentas que han durado décadas y los despojos de una tierra desgarrada que nadie se atreve a reclamar dan escaso cobijo a quienes, por considerarse malditos, no tienen más remedio que sufrir tales inclemencias. Un Paraíso erigido en la espalda del Infierno.

El hogar de más de treinta millones de personas, Taiping es una nación devota y obediente, guiada por la estricta y benevolente visión de su líder y fundador, el Rey Celestial Hong Xiuquan, cuyas enseñanzas emanan de una inusual y radical interpretación de la Biblia cristiana. Bajo el Rey Celestial, ocho príncipes controlan y administran el territorio en su nombre: Los Cinco Príncipes Cardinales (Fangxian Zhuhou) rigiendo sobre las provincias del norte, sur, este, oeste y centro, y los Tres Príncipes Palatinos (Gongdian Zhuhou), ocupándose de la ley, el estado, y el ejército. Solo el Rey Celestial supervisa materias de religión, aunque cuenta con una extensa red de sacerdotes que se encargan de controlar su correcta práctica.

Pese a su carácter fabuloso, Taiping está considerablemente atrasado para estándares contemporáneos. Su economía es fundamentalmente agraria y las pocas industrias con las que cuenta carecen de equipamiento moderno. Aunque cierto grado de comercio toma lugar en sitios como el Puerto Colgante de Amoy, la peculiar situación geográfica y la reticencia del reino a abrir sus fronteras limitan severamente el intercambio con el extranjero. La sociedad, en tanto, opera bajo la más absoluta separación de géneros, al punto de que incluso las parejas casadas solo pueden reunirse por motivos de procreación (y cualquier relación marital debe ser supervisada por un sacerdote y un inspector para asegurarse que esa sea su única función). La única excepción a esta regla se da en el Consejo de Príncipes -pues tres de sus miembros son mujeres-, aunque empleando toda clase de velos y cortinajes para minimizar la interacción. Esta separación no conlleva desigualdad, sin embargo, dado que hombres y mujeres gozan de exactamente los mismos derechos y obligaciones, ambos pudiendo participar de todas las labores y estamentos.

La propiedad privada no existe formalmente en Taiping; todo en el reino pertenece al Rey Celestial, quien es el custodio y protector de la creación. Sin embargo, dado que el monarca por si solo no es capaz de administrar cada roca, campo y forja, se emplea el sistema del weituo o “encomienda”, que consiste en distribuir el empleo y administración de bienes y territorio según la función de cada persona, con el fin de que los trabajen, multipliquen y protejan en nombre del Rey Celestial. Así, los primeros son los príncipes (zhuhou), a quienes el Rey Celestial asigna directamente secciones enteras de la nación. Estos, a su vez, reparten el territorio a los gobernadores responsables de la administración regional (zhouzhang), quienes luego asignan los recursos a los supervisores locales (jian) para que lo distribuyan entre los campesinos para ser trabajados (tinghua). Los mercaderes (shangren) reciben asignaciones de recursos directamente del Rey Celestial -además de ser los únicos con el derecho a utilizar dinero-, puesto que su misión es comerciar con extranjeros y se considera que solo aquellos de máxima confianza y sabiduría pueden desempeñar tan delicada labor (en la práctica, estos se han enriquecido enormemente a costas del reino, formando un férreo círculo de poderosos gremios secretos que procuran asegurarse estas dádivas reales, especialmente ante los príncipes, a quienes los enfrenta una intensa rivalidad). 

Aunque nadie pasa hambre entre las nubes, el weituo se ha prestado para crear profundas diferencias de poder entre los grupos con el poder de distribuir tierras y recursos y el grueso de la población. Asimismo, ha dado pie a un extenso mercado negro (alimentado en gran parte por piratas de Singapur y comerciantes europeos), el cual a su vez se beneficia de las rigurosas restricciones al alcohol, opio y lujos impuestas sobre los taiping.

La Revolución Taiping

El Reino Celestial fue la culminación de uno de los conflictos más sangrientos de la historia, la Revolución Taiping, una brutal guerra civil contra el dominio de la Dinastía Qing, que reinaba en China desde el Siglo XVII y en la que millones de personas perdieron la vida. Motivada por la humillación sufrida tras la Guerra del Opio y la hambruna producto de una seguidilla de desastres naturales y problemas económicos, la Revolución cobró forma en 1850 bajo la figura de Hong Xiuquan, un campesino cantonés que aseguraba ser el hermano menor de Jesucristo y encomendado por Dios a destruir a los “demonios del hombre”. Su visión de una sociedad utópica regida por principios derivados de la Biblia -aunque teológicamente distantes del Cristianismo- fue sumamente efectiva en consolidar el resentimiento que la etnia hakka, a la que pertenecía el grueso de los rebeldes, tenía para con la etnia manchú, de la cual la dinastía imperial provenía, y que era percibida por gran parte de la población china como déspota, corrupta e ineficaz.

El incendiario discurso de Hong Xiuquan llamaba a despojar a China no solo del dominio Qing, sino que de las tradiciones del Budismo, Taoísmo y Confucianismo; incontables templos, academias y monumentos fueron destruidos como resultado, mientras que burócratas, oficiales, sacerdotes y escolásticos fueron quemados vivos por millares. El movimiento pasó a ser conocido como Bai Shangdi Hui, los Adoradores de Dios, y sus números se expandieron con tal rapidez que pronto pasaron a ser el motor de la revolución, primero en la provincia de Guanxi y luego extendiéndose por todo el sur de China.

El ejército Qing, por su parte, demostró ser completamente incapaz de detener a los rebeldes, y para 1853 las provincias de Guanxi, Jianxi, Hubei, Zhejiang, Anhui y Jiangsu estaban bajo control del Taiping Tanguo, el Reino Celestial de la Gran Paz, del cual Hong Xiuquan se había declarado Tian Wang, o Rey Celestial. La antigua ciudad de Nanjing fue rebautizada como Tianjing y transformada en la capital del naciente reino, con el colosal palacio del Virrey de Liangjiang sirviendo como el nuevo trono de gobierno. Aunque con menos de un lustro de existencia, Taiping ya dominaba una de las regiones más importantes de China -incluyendo el crucial Río Yangtze, del cual dependía la economía regional- y contaba a decenas de millones entre sus súbditos. 

Los años posteriores se vieron marcados por la retirada de Hong Xiuquan de la vida pública, rigiendo por decretos y proclamas religiosas, y otorgando control de asuntos menos iluminados a los llamados Príncipes Cardinales. Aunque estos prosiguieron con la revolución, expandiendo y consolidando el dominio de Taiping en la región, pronto cayeron víctimas de su propia maraña de conspiraciones y rivalidades; el propio Hong Xiuquan comenzó a desconfiar de sus legados y, temiendo ser traicionado, ordenó el asesinato de varios de ellos, junto con miles de sus respectivos seguidores. Aunque externamente el movimiento parecía unificado, para fines de la década de 1850 Taiping se había transformado en un nido de serpientes; las redes de espías y sicarios de cada príncipe se superponían unas con otras, y pocos en la cada vez más compleja Burocracia Celestial sabían en quien confiar.

1861 marcó un giro en la suerte del reino. Tras el desastroso intento de Liu Xiucheng, el Príncipe Leal, por capturar Shanghai, Francia e Inglaterra entraron formalmente al conflicto como aliados de la Dinastía Qing. Ambas potencias habían observado con preocupación el repentino alzamiento de Taiping, el cual había desestabilizado gravemente la región y puesto en peligro importantes intereses económicos (especialmente el comercio de opio, que había sido tajantemente prohibido por el Rey Celestial). Los vastos números y la intensa convicción del ejército taiping de poco sirvieron ante los colosos y aeroacorazados europeos, que rápidamente detuvieron el avance de los rebeldes. Al año siguiente, Tianjing se hallaba bajo asedio y el futuro de Taiping parecía sellado.

El Día del Trueno

Han pasado veinte años desde aquella fatídica jornada, pero aun nadie sabe como explicar los hechos ocurridos el 7 de Agosto de 1862, el denominado Día del Trueno. Justo cuando las tropas del emperador Qing y sus aliados europeos se aprestaban a atacar Tianjing, un terremoto como jamás se había registrado sacudió la tierra, partiéndola en dos y liberando estampidas de relámpagos que trepaban desde los profundos abismos. En cosa de minutos, millares de kilometros cuadrados del sur de China se desprendieron de la corteza terrestre y se abalanzaron hacia el cielo, como corchos que salen despedidos desde el fondo de una pileta. La fuerza con la que el suelo se alzó tumbó bosques, montañas y ciudades; cientos de miles desaparecieron en las descomunales fisuras que resquebrajaron al continente volador y las tormentas desatadas por la enorme masa de roca empujando el aire a su alrededor devastaron regiones tan distantes como Rusia y Afganistán. Una gran sección del subsuelo del Mar de China se vio arrancada junto con el resto, provocando un tsunami de proporciones bíblicas del cual el mundo todavía no se recupera completamente, seguida por la titánica resaca que devoró flotas enteras a medida que el océano se apresuraba a llenar el vacío dejado.

No hay claridad sobre que ocurrió después del Día del Trueno; el Reino Celestial mantiene completo hermetismo sobre aquel incidente y los eventos que se desarrollaron durante los años posteriores. La inmensa tormenta eléctrica que devoró a Taiping luego de su asenso hizo imposible volver a saber del reino y su gente, hasta que en 1869 esta misteriosamente se desvaneció, revelando al mundo una nación de idílicos campos y magníficas ciudades, un paraíso terrenal que difícilmente guardaba relación con el grotesco espectáculo transcurrido siete años antes. Dignatarios extranjeros, espías y visitantes han intentado dar con alguna respuesta que explique tamaña incongruencia, pero hasta donde concierne a los taiping, no hace falta más que mirar en dirección al Palacio Resplandeciente de Tianjing y dar gracias al Rey Celestial.

Los Príncipes de Taiping

Pese al culto y reverencia extendidos al Rey Celestial, el verdadero poder en Taiping se encuentra en manos de sus ocho príncipes: Hong Rengan, Príncipe del Norte; Li Xiucheng, Príncipe del Sur; Ba Qiaoliang, Princesa del Este; Zang Jingfei, Princesa del Oeste; Lai Wenguang, Príncipe de las Tierras Interiores; Hong Renfa, Príncipe de las Cortes; Wei Fung, Princesa de las Armas; y Shi Dakai, Príncipe de los Burócratas. Los cinco primeros son conocidos como los Príncipes Cardinales, mientras que los últimos tres llevan por titulo Príncipes Palatinos.

Salvo por las princesas Ba y Zang, todos los príncipes participaron de una u otra manera de la Revolución Taiping, ganándose la confianza del Rey Celestial y el respeto de sus súbditos; dos de ellos, Hong Rengan y Hong Renfa, son de hecho familiares cercanos (primo y hermano mayor, respectivamente).

Aunque en general operan en forma organizada, las pugnas de poder entre los príncipes no son raras, y con el paso de los años se han vuelto cada vez más públicas, especialmente siguiendo rumores de que ninguno de ellos ha visto al Rey Celestial en casi una década. Esta situación solo se ha visto empeorada por la creciente participación de la Compañía de Jesús en los quehaceres del reino, que los principes interpretan como insultante e intervencionista. Si bien la presencia de sacerdotes jesuitas no es nada nuevo en China, donde han servido como consejeros en materias de ciencia y diplomacia por siglos, en años recientes han cobrado un rol esencial en la administración del estado de Taiping, actuando como legados directos del Rey Celestial y siendo los responsables de implementar la incipiente red de máquinas analíticas destinadas a, se supone, mejorar la implementación y control de las estrictas leyes y regulaciones. Aunque públicamente procuran medir sus palabras, no es un misterio que varios de los principes acusan al monarca de estar entregando la nación a intereses extranjeros.