martes, 13 de septiembre de 2016

Reloj de Vapor: Alquimia Celestial

Pese a ser el orgullo y sustento de la poderosa Sublime Flota otomana, no deja de llamar la atención que nadie sepa realmente quien desarrolló las misteriosas artes de la Alquimia Celestial, o siquiera cuando. Supuestamente descubiertas por soldados otomanos a fines de la Guerra Ruso-Turca de 1787 en un desvencijado relicario zoroástrico, sus fórmulas tardaron décadas en ser decodificadas, estando descritas en un lenguaje simbólico tan obtuso que -se dice, pues muy pocos tienen acceso a ellas- al ojo casual le sería imposible ver más que una exquisitamente complicada colección de dibujos.

La ciencia tras su funcionamiento es igualmente enigmática: Lingotes de una substancia metálica de aspecto similar a la plata -aunque considerablemente más pesada- que se subliman al ser colocados en agua liberan un espeso gas de inmaculado color blanco, que refulge como si emanara una luz propia. Por si solo, este gas es poco más que un bello espectáculo, pero al entrar en contacto con oro reacciona de manera sorprendente flotando sobre este como lo haría un madero en el agua. 

Las teorías al respecto van desde que la interacción del gas con el oro rompe el flujo normal de los corpúsculos ultramundanos, a que la rápida sublimación permite que la densidad natural del metal se conserve en su estado gaseoso. Otros prefieren explicaciones menos terrenales y aluden a la condición mística del oro en los artes alquímicos. Como sea, el Imperio Otomano mantiene en el más absoluto secreto el método de fabricación de aquellos exóticos lingotes plateados y, salvo por la ocasional presentación de uno que otro pergamino a los más selectos invitados del Sultán, solo el circulo interno del Simyacilarin Saray -el departamento turco que supervisa y práctica la alquimia celestial- tiene acceso a las fórmulas. Se rumorea que los académicos de Gondeshapur habrían logrado desentrañar estos secretos, pero si lo han hecho se lo han guardado muy bien.

No es difícil, entonces, imaginarse de que manera la alquimia celestial acabó siendo utilizada: Bañando el casco de los barcos en oro para así permitirles volar. Si bien las primeras demostraciones de las maravillas de este arte se limitaron a pequeñas embarcaciones que eran elevadas unos cuantos metros sobre el suelo para el deleite de la corte de Dolmabahçe, pronto se hizo evidente que las aplicaciones militares eran ilimitadas. Equipando navíos de casco dorado con sus propios mecanismos para soplar el gas en torno a este, se hacia posible ir creando un verdadero cause de nubes sobre el cual el barco podía navegar a sus anchas, permitiéndole surcar los cielos sin miedo a perder sustentación. Con sus vientres de oro brillando entre los sobrecogedores cúmulos albinos y sus magníficos velámenes destellando bajo el sol, a todos pareció de lo más razonable cuando el Sultán decidió bautizarle como la Más Sublime y Serena Flota Protectora de los Dominios Celestes del Señor del Universo.

Con esta sorprendente capacidad en sus manos, el Imperio Otomano fue la primera potencia en militarizar los cielos: Tan temprano como 1837, los barcos dorados de Abdul Hamid II fueron avistados en el horizonte oriental de Europa sin que nadie pudiese hacer mucho sentido de lo que veía, y durante la década siguiente la Sublime Flota permitió a los turcos avanzar indiscriminádamente sobre Persia y el corazón de Asia. Si bien su estampida por las nubes fue finalmente detenida en Afganistán -donde ancestrales técnicas estratonáuticas han perdurado por siglos-, noticias de la campaña bastaron para hacer entrar en pánico a gran parte del mundo civilizado, el cual se apresuró a buscar sus propios medios de surcar los aires.

Aunque con el paso de los años y el surgimiento de nuevas tecnologías la Sublime Flota se ha visto obligada a cambiar velámenes por calderas y cubiertas bellamente labradas por recias armaduras de metal -así como reduciendo la pureza del oro con bronce para hacerle frente a los prohibitivos costos-, los característicos cascos dorados y la inusitada manera en que estos navegan por nubes de su propia factura con toda la naturalidad y bamboleo de las olas siguen dando un carisma y misterio únicos a los navíos voladores otomanos, así como a los bárbaros y piratas que en ocasiones se hacen con ellos.

miércoles, 7 de septiembre de 2016

Reloj de Vapor: Estación Pavlovka (Cronósfera)

Terremotos, erupciones, océanos de magma y lluvias de meteoros. La Tierra primigenia es un mundo hostil y sin vida, donde nada permanece quieto por mucho tiempo antes de colapsar de regreso al crisol elemental. Y en medio de todo esto, el más obstinado ejemplo de la tozudez del pueblo ruso: La Estación Pavlovka, el osado plan del Zar para hacerse con las incalculables riquezas que afloran desde la vorágine.

No hay tal cosa como la calma; si el suelo no se está sacudiendo y resquebrajando, el cielo se está haciendo pedazos en bolas de roca flameante y cayendo sobre tu cabeza. Solo la codicia es lo suficientemente fuerte como para hacerle frente a este interminable desafío, y a ratos pareciera que ni siquiera eso bastara. Mientras cuentas los días hasta que alguna clase de ardiente horror acabe con tu vida, caes en cuenta que estás atrapado en el sofocante estomago de una bestia de hierro a la que solo le importa devorar.

Descripción

Sepultado en lo más profundo del pasado, el Eón Hadeano corresponde a los albores del planeta Tierra. Aunque hasta el momento ha sido imposible determinar exactamente que tan atrás en el tiempo se encuentra esta cronósfera, la teoría imperante entre los geólogos es que la Tierra se formó entre 4.500 y 3.800 millones de años antes de Cristo; para tales magnitudes, la precisión se vuelve un tanto irrelevante.

La Tierra primigenia no es solo un mundo muy diferente; es literalmente un planeta distinto, pues parte importante de la materia que acabaría por conformarle ni siquiera se encuentra en el lugar apropiado. De acuerdo a la Hipótesis del Gran Impacto, la Tierra moderna fue creada luego del choque de dos planetas, la Tierra primordial y un mundo hermano, bautizado como Thea. La ausencia de la Luna en los cielos del Hadeano -que supuestamente habría sido el resultado de tal evento cósmico- y la presencia, en su lugar, de un feroz cuerpo astral henchido de rojos y negros que ocupa casi la totalidad del cielo, da sustento a dicha teoría.

El nombre del periodo proviene del Hades, el inframundo de la mitología griega. Y la realidad luce bastante acorde: El suelo arde a cientos de grados y una sola bocanada de aire bastaría para incendiarle los pulmones a un incauto. Es imposible para un ser humano sobrevivir siquiera unos instantes sin la protección adecuada, lo que hace de este lugar un baldío de fuego y magma donde la vida está completamente ausente. Salvo por las escasas estructuras erigidas por los visitantes -las que en cualquier momento podrían ser tragadas por un kilométrico abismo que minutos atrás no estaba ahí o demolidas por una furiosa andanada de rocas celestiales-, no hay cobijo de las inclemencias de una naturaleza desatada y sin control.

La vía de acceso a esta cronósfera fue descubierta en 1852: Escudriñando una serie de artefactos prehistóricos tallados en obsidiana con la esperanza de dar con alguna llave cronoestática a tiempos del hombre primitivo, investigadores rusos se toparon parcialmente con lo que buscaban. La llave ciertamente estaba ahí, aunque la puerta que esta abría se alejaba unos cuantos miles de millones de años de su objetivo. Luego del desastre inicial que significó abrir desatendidamente un portal en el tiempo que desembocaba en el interior de una caldera volcánica -tomó casi tres meses recuperar el artefacto, sepultado por toneladas de lava endurecida-, el Zar decidió financiar la exploración de esta cronósfera, ordenando la creación del Proyecto Pavlovka, por la localidad en la cual se construyó el centro de investigación. Empleando tecnologías adquiridas a la VOC -cuyas actividades de extracción de flogisto desde cámaras volcánicas en las Indias Orientales se veían enfrentadas a desafios similares-, crononautas rusos fueron capaces de navegar el otro extremo del portal hasta alcanzar la superficie, donde tras anclar un nuevo conducto temporal se comenzó con la construcción de la Estación Pavlovka, destinada a crear un entorno habitable en aquel hostil mundo.

El valor científico de este descubrimiento era incalculable y docenas de investigadores de la Academia Imperial de las Ciencias fueron despachados a través del portal. Sin embargo, fue cuando estos regresaron con noticias de enormes depósitos de valiosos minerales completamente expuestos por la intensa actividad geológica que el gobierno imperial se percató del tesoro que tenía en sus manos. Por casi un siglo el incipiente aparato industrial ruso había estado luchando infructuosamente por ponerse al día con sus competidores de América y Europa, por lo que el Eón Hadeano llegaba cuan regalo caído del cielo.

Con el apoyo de la VOC, las pequeñas instalaciones científicas de la Estación Pavlovka fueron rápidamente reacondicionadas y expandidas para alojar equipamiento minero y refinerías, y a los pocos años los primeros cargamentos de minerales comenzaron a cruzar el portal.

Los Aerolitos

En 1861, un equipo de geólogos liderados por Pavel Sibiryakov que se encontraba en una misión de seis meses para prospectar nuevos yacimientos en torno a la Estación Pavlovka dio con un extraño descubrimiento: Una serie de inexplicables estructuras rocosas cuyas formas lucían sacadas de un sueño, tan extrañas que parecían desafiar las leyes físicas. Tras investigarlas en mayor detalle, el equipo se llevó una gran sorpresa: El mineral que las componía -un material rojizo y poroso, similar a la piedra pómez en textura- era completamente inmune a la fuerza de gravedad. Los materiales levitatorios no les eran desconocidos (la propia armada rusa contaba con un puñado de desvencijados aeroacorazados flogistónicos, apenas capaces de hacerle frente a la flota alquémica del Sultan o a los artilugios voladores afganos), pero esta era la primera vez que alguien presenciaba este fenómeno ocurriendo de manera natural.

Una piedra capaz de volar presentaba toda clase de interrogantes, pero tras ser informado del descubrimiento de Sibiryakov, todo en lo que el Zar podía pensar eran las aplicaciones militares del denominado “aerolito”. Agónicamente atrasada en la carrera global por controlar los cielos, Rusia nuevamente tenía en aquel distante mundo la solución a sus problemas; aun no sabia exactamente como -¿Cosacos montando rocas con riendas? ¿Islas voladoras llenas de cañones? ¡Las posibilidades eran ilimitadas!-, pero de alguna manera esta piedra fantástica le daría al Imperio la flota que necesitaba.

Sitios de Interes

La Estación

La Estación Pavlovka es una tosca y colosal estructura de acero que luce como si un gigante hubiese cogido un montón de edificios y los hubiese golpeado unos contra otros. Años de reparaciones apresuradas y expansiones sin mayor planificación han hecho de este sitio un verdadero laberinto, lleno de pasillos que se tuercen sobre si mismos y escaleras que llegan a ninguna parte. 

Diseñada originalmente por ingenieros de la VOC, la estación cuenta, al igual que las salitreras errantes de Atacama, con la capacidad de desplazarse por el entorno. Por medio de una combinación de gigantescas orugas y colosales garras mecánicas, la estructura puede avanzar por sobre casi cualquier clase de terreno, incluso trepando empinadas laderas o vadeando rios de lava. De no ser por ello, hace mucho que habría desaparecido tragada por el cambiante suelo.

Casi 10.000 personas viven -o más bien dicho sobreviven- dentro de sus instalaciones, en su mayoría dedicadas a las labores de la minería, la única razón por la que el gobierno ruso se empecina en mantener este infernal proyecto. Gracias al constante flujo de material desde las profundidades del planeta y al regular impacto de meteoros, toda clase de metales y minerales exóticos pueden ser encontrados a ras de suelo, los cuales son recolectados y procesados en la estación para luego ser enviados de regreso al Siglo XIX. El resto de la población la componen los tripulantes de la estación, los ingenieros a cargo de mantenerla, un destacamento del ejercito ruso dotado de un centenar de soldados, un puñado de funcionarios públicos caídos en desgracia -administrar la instalación no es precisamente un cargo de ensueño- y los ocasionales visitantes visados por el gobierno imperial -científicos y exploradores, en su mayoría. Cualquier otro individuo está probablemente de incógnito, algo que las autoridades locales no miran con buenos ojos.

El Proyecto Pavlovka es nominalmente secreto, pues noticias de su existencia rondan por los círculos crononáuticos desde hace algún tiempo. Quienes trabajan en las operaciones mineras son prisioneros de guerra o convictos, enviados al Hadeano sin preocuparse demasiado de lo que puedan decir, pues no se espera verlos de regreso; los demás son reclutados directamente por la Oficina Imperial de Asuntos Estratégicos, sin revelar los detalles de la situación hasta que ya es demasiado tarde. No es raro, de hecho, que aquellos enviados a la estación no se enteren que han viajado en el tiempo hasta que ya han pasado algunas semanas en las hacinadas instalaciones, convencidos de que se encuentran en alguna clase de estructura subterránea.

La Roca Encadenada

Ubicada a unos doscientos kilómetros al noroeste de la estación -al menos en la actualidad; la distancia varía con los movimientos de la instalación-, esta inmensa masa rocosa flota a más de un centenar de metros de altura; gigantescas cadenas adosadas a sendas anclas de acero y concreto son lo único que evita que desaparezca entre las nubes. Descubierta a los pocos años del comienzo de la operación cuando prospectores rusos intentaban determinar su naturaleza, la Roca Encadenada se encontraba originalmente bajo el suelo; las detonaciones utilizadas por los mineros para extraerlas acabaron por liberarla, junto con centenares de depósitos similares. La mayoría de los aerolitos se perdieron en el proceso, despedidos por los aires y formando un distante archipiélago en el cielo demasiado peligroso como para visitar, por lo que desde entonces se ha optado por encadenar los yacimientos para evitar futuros incidentes.

El material extraído desde la roca es procesado en el mismo lugar; los cerca de 500 operarios de la Estación-Refinería Sibiryakov -bautizada en honor a su descubridor- se encarga de pulverizarlo y despacharlo en caravanas voladoras de regreso a Pavlovka. Sibiryakov se encuentra erigida sobre la propia Roca Encadenada -la cual mide casi cuatrocientos metros de lado a lado-, por lo que generalmente está a salvo de los embates del entorno; a excepción de cuando alguna de las anclas falla y amenaza por colocar todo el sitio de cabeza, Sibiryakov es considerablemente más apacible que su contrapartida terrestre. El verdadero peligro aquí es la aerolitosis, una espantosa enfermedad causada por la exposición regular al polvo de aerolito, que termina por colarse en el torrente sanguíneo o depositándose en los órganos, provocando toda clase de dolorosos y mortíferos males a medida que el cuerpo deja de verse afectado por la gravedad.