Hoy daremos un vistazo una de las naciones de Reloj de Vapor, Reino Celestial de Taiping, oculto entre las nubes mientras sobrevuela los restos despedazados de lo que alguna vez fuera el Imperio Chino.
Reino Celestial de
Taiping
Tàipíng Tiānguó
Capital: Tianjing
Regente: Hong Xiuquan, Rey Celestial
Lengua Oficial: Mandarín, Hakka
Moneda: Huobi Shangren
En palabras de Mariah Benningford, del Traveller’s Club de Londres, “La belleza de esta tierra es tal que estruja el corazón, obligando al visitante a detenerse varios momentos solo para recuperar el aliento. Es imposible creer que un sitio como este pueda existir, hasta que se lo ve en persona”. Y es que el Reino Celestial de Taiping hace honor a su nombre: La nación completa flota entre las nubes, sus montañas rasgando el azul inmaculado del cielo y sus rios de incierto origen derramándose en fabulosas cascadas que revientan en arcoiris ahí donde el suelo se termina. Aunque peligrosos, los profundos abismos que cruzan el territorio le otorgan un aspecto de fantasía, separándole en vastas islas e insólitos archipiélagos voladores, entre las cuales circulan extraños ingenios de piedra, madera y relámpago al son de tambores e impecables coreografías de navegación. Las guías de viaje suelen ignorar los paisajes que se encuentran bajo este fantástico pais, por supuesto, donde la sempiterna sombra solo se ve interrumpida por el constante castigo de tormentas que han durado décadas y los despojos de una tierra desgarrada que nadie se atreve a reclamar dan escaso cobijo a quienes, por considerarse malditos, no tienen más remedio que sufrir tales inclemencias. Un Paraíso erigido en la espalda del Infierno.
El hogar de más de treinta millones de personas, Taiping es una nación devota y obediente, guiada por la estricta y benevolente visión de su líder y fundador, el Rey Celestial Hong Xiuquan, cuyas enseñanzas emanan de una inusual y radical interpretación de la Biblia cristiana. Bajo el Rey Celestial, ocho príncipes controlan y administran el territorio en su nombre: Los Cinco Príncipes Cardinales (Fangxian Zhuhou) rigiendo sobre las provincias del norte, sur, este, oeste y centro, y los Tres Príncipes Palatinos (Gongdian Zhuhou), ocupándose de la ley, el estado, y el ejército. Solo el Rey Celestial supervisa materias de religión, aunque cuenta con una extensa red de sacerdotes que se encargan de controlar su correcta práctica.
Pese a su carácter fabuloso, Taiping está considerablemente atrasado para estándares contemporáneos. Su economía es fundamentalmente agraria y las pocas industrias con las que cuenta carecen de equipamiento moderno. Aunque cierto grado de comercio toma lugar en sitios como el Puerto Colgante de Amoy, la peculiar situación geográfica y la reticencia del reino a abrir sus fronteras limitan severamente el intercambio con el extranjero. La sociedad, en tanto, opera bajo la más absoluta separación de géneros, al punto de que incluso las parejas casadas solo pueden reunirse por motivos de procreación (y cualquier relación marital debe ser supervisada por un sacerdote y un inspector para asegurarse que esa sea su única función). La única excepción a esta regla se da en el Consejo de Príncipes -pues tres de sus miembros son mujeres-, aunque empleando toda clase de velos y cortinajes para minimizar la interacción. Esta separación no conlleva desigualdad, sin embargo, dado que hombres y mujeres gozan de exactamente los mismos derechos y obligaciones, ambos pudiendo participar de todas las labores y estamentos.
La propiedad privada no existe formalmente en Taiping; todo en el reino pertenece al Rey Celestial, quien es el custodio y protector de la creación. Sin embargo, dado que el monarca por si solo no es capaz de administrar cada roca, campo y forja, se emplea el sistema del weituo o “encomienda”, que consiste en distribuir el empleo y administración de bienes y territorio según la función de cada persona, con el fin de que los trabajen, multipliquen y protejan en nombre del Rey Celestial. Así, los primeros son los príncipes (zhuhou), a quienes el Rey Celestial asigna directamente secciones enteras de la nación. Estos, a su vez, reparten el territorio a los gobernadores responsables de la administración regional (zhouzhang), quienes luego asignan los recursos a los supervisores locales (jian) para que lo distribuyan entre los campesinos para ser trabajados (tinghua). Los mercaderes (shangren) reciben asignaciones de recursos directamente del Rey Celestial -además de ser los únicos con el derecho a utilizar dinero-, puesto que su misión es comerciar con extranjeros y se considera que solo aquellos de máxima confianza y sabiduría pueden desempeñar tan delicada labor (en la práctica, estos se han enriquecido enormemente a costas del reino, formando un férreo círculo de poderosos gremios secretos que procuran asegurarse estas dádivas reales, especialmente ante los príncipes, a quienes los enfrenta una intensa rivalidad).
Aunque nadie pasa hambre entre las nubes, el weituo se ha prestado para crear profundas diferencias de poder entre los grupos con el poder de distribuir tierras y recursos y el grueso de la población. Asimismo, ha dado pie a un extenso mercado negro (alimentado en gran parte por piratas de Singapur y comerciantes europeos), el cual a su vez se beneficia de las rigurosas restricciones al alcohol, opio y lujos impuestas sobre los taiping.
La Revolución Taiping
El Reino Celestial fue la culminación de uno de los conflictos más sangrientos de la historia, la Revolución Taiping, una brutal guerra civil contra el dominio de la Dinastía Qing, que reinaba en China desde el Siglo XVII y en la que millones de personas perdieron la vida. Motivada por la humillación sufrida tras la Guerra del Opio y la hambruna producto de una seguidilla de desastres naturales y problemas económicos, la Revolución cobró forma en 1850 bajo la figura de Hong Xiuquan, un campesino cantonés que aseguraba ser el hermano menor de Jesucristo y encomendado por Dios a destruir a los “demonios del hombre”. Su visión de una sociedad utópica regida por principios derivados de la Biblia -aunque teológicamente distantes del Cristianismo- fue sumamente efectiva en consolidar el resentimiento que la etnia hakka, a la que pertenecía el grueso de los rebeldes, tenía para con la etnia manchú, de la cual la dinastía imperial provenía, y que era percibida por gran parte de la población china como déspota, corrupta e ineficaz.
El incendiario discurso de Hong Xiuquan llamaba a despojar a China no solo del dominio Qing, sino que de las tradiciones del Budismo, Taoísmo y Confucianismo; incontables templos, academias y monumentos fueron destruidos como resultado, mientras que burócratas, oficiales, sacerdotes y escolásticos fueron quemados vivos por millares. El movimiento pasó a ser conocido como Bai Shangdi Hui, los Adoradores de Dios, y sus números se expandieron con tal rapidez que pronto pasaron a ser el motor de la revolución, primero en la provincia de Guanxi y luego extendiéndose por todo el sur de China.
El ejército Qing, por su parte, demostró ser completamente incapaz de detener a los rebeldes, y para 1853 las provincias de Guanxi, Jianxi, Hubei, Zhejiang, Anhui y Jiangsu estaban bajo control del Taiping Tanguo, el Reino Celestial de la Gran Paz, del cual Hong Xiuquan se había declarado Tian Wang, o Rey Celestial. La antigua ciudad de Nanjing fue rebautizada como Tianjing y transformada en la capital del naciente reino, con el colosal palacio del Virrey de Liangjiang sirviendo como el nuevo trono de gobierno. Aunque con menos de un lustro de existencia, Taiping ya dominaba una de las regiones más importantes de China -incluyendo el crucial Río Yangtze, del cual dependía la economía regional- y contaba a decenas de millones entre sus súbditos.
Los años posteriores se vieron marcados por la retirada de Hong Xiuquan de la vida pública, rigiendo por decretos y proclamas religiosas, y otorgando control de asuntos menos iluminados a los llamados Príncipes Cardinales. Aunque estos prosiguieron con la revolución, expandiendo y consolidando el dominio de Taiping en la región, pronto cayeron víctimas de su propia maraña de conspiraciones y rivalidades; el propio Hong Xiuquan comenzó a desconfiar de sus legados y, temiendo ser traicionado, ordenó el asesinato de varios de ellos, junto con miles de sus respectivos seguidores. Aunque externamente el movimiento parecía unificado, para fines de la década de 1850 Taiping se había transformado en un nido de serpientes; las redes de espías y sicarios de cada príncipe se superponían unas con otras, y pocos en la cada vez más compleja Burocracia Celestial sabían en quien confiar.
1861 marcó un giro en la suerte del reino. Tras el desastroso intento de Liu Xiucheng, el Príncipe Leal, por capturar Shanghai, Francia e Inglaterra entraron formalmente al conflicto como aliados de la Dinastía Qing. Ambas potencias habían observado con preocupación el repentino alzamiento de Taiping, el cual había desestabilizado gravemente la región y puesto en peligro importantes intereses económicos (especialmente el comercio de opio, que había sido tajantemente prohibido por el Rey Celestial). Los vastos números y la intensa convicción del ejército taiping de poco sirvieron ante los colosos y aeroacorazados europeos, que rápidamente detuvieron el avance de los rebeldes. Al año siguiente, Tianjing se hallaba bajo asedio y el futuro de Taiping parecía sellado.
El Día del Trueno
Han pasado veinte años desde aquella fatídica jornada, pero aun nadie sabe como explicar los hechos ocurridos el 7 de Agosto de 1862, el denominado Día del Trueno. Justo cuando las tropas del emperador Qing y sus aliados europeos se aprestaban a atacar Tianjing, un terremoto como jamás se había registrado sacudió la tierra, partiéndola en dos y liberando estampidas de relámpagos que trepaban desde los profundos abismos. En cosa de minutos, millares de kilometros cuadrados del sur de China se desprendieron de la corteza terrestre y se abalanzaron hacia el cielo, como corchos que salen despedidos desde el fondo de una pileta. La fuerza con la que el suelo se alzó tumbó bosques, montañas y ciudades; cientos de miles desaparecieron en las descomunales fisuras que resquebrajaron al continente volador y las tormentas desatadas por la enorme masa de roca empujando el aire a su alrededor devastaron regiones tan distantes como Rusia y Afganistán. Una gran sección del subsuelo del Mar de China se vio arrancada junto con el resto, provocando un tsunami de proporciones bíblicas del cual el mundo todavía no se recupera completamente, seguida por la titánica resaca que devoró flotas enteras a medida que el océano se apresuraba a llenar el vacío dejado.
No hay claridad sobre que ocurrió después del Día del Trueno; el Reino Celestial mantiene completo hermetismo sobre aquel incidente y los eventos que se desarrollaron durante los años posteriores. La inmensa tormenta eléctrica que devoró a Taiping luego de su asenso hizo imposible volver a saber del reino y su gente, hasta que en 1869 esta misteriosamente se desvaneció, revelando al mundo una nación de idílicos campos y magníficas ciudades, un paraíso terrenal que difícilmente guardaba relación con el grotesco espectáculo transcurrido siete años antes. Dignatarios extranjeros, espías y visitantes han intentado dar con alguna respuesta que explique tamaña incongruencia, pero hasta donde concierne a los taiping, no hace falta más que mirar en dirección al Palacio Resplandeciente de Tianjing y dar gracias al Rey Celestial.
Los Príncipes de Taiping
Pese al culto y reverencia extendidos al Rey Celestial, el verdadero poder en Taiping se encuentra en manos de sus ocho príncipes: Hong Rengan, Príncipe del Norte; Li Xiucheng, Príncipe del Sur; Ba Qiaoliang, Princesa del Este; Zang Jingfei, Princesa del Oeste; Lai Wenguang, Príncipe de las Tierras Interiores; Hong Renfa, Príncipe de las Cortes; Wei Fung, Princesa de las Armas; y Shi Dakai, Príncipe de los Burócratas. Los cinco primeros son conocidos como los Príncipes Cardinales, mientras que los últimos tres llevan por titulo Príncipes Palatinos.
Salvo por las princesas Ba y Zang, todos los príncipes participaron de una u otra manera de la Revolución Taiping, ganándose la confianza del Rey Celestial y el respeto de sus súbditos; dos de ellos, Hong Rengan y Hong Renfa, son de hecho familiares cercanos (primo y hermano mayor, respectivamente).
Aunque en general operan en forma organizada, las pugnas de poder entre los príncipes no son raras, y con el paso de los años se han vuelto cada vez más públicas, especialmente siguiendo rumores de que ninguno de ellos ha visto al Rey Celestial en casi una década. Esta situación solo se ha visto empeorada por la creciente participación de la Compañía de Jesús en los quehaceres del reino, que los principes interpretan como insultante e intervencionista. Si bien la presencia de sacerdotes jesuitas no es nada nuevo en China, donde han servido como consejeros en materias de ciencia y diplomacia por siglos, en años recientes han cobrado un rol esencial en la administración del estado de Taiping, actuando como legados directos del Rey Celestial y siendo los responsables de implementar la incipiente red de máquinas analíticas destinadas a, se supone, mejorar la implementación y control de las estrictas leyes y regulaciones. Aunque públicamente procuran medir sus palabras, no es un misterio que varios de los principes acusan al monarca de estar entregando la nación a intereses extranjeros.
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