domingo, 26 de junio de 2016

Reloj de Vapor: Las Tierras del Sur

Hasta fines del Siglo XVIII, la existencia de un vasto continente en las regiones meridionales del globo había permanecido como una suerte de certeza nebulosa, conspicuamente presente en los mapas pero jamás confirmada ni desmentida. Aunque muchos exploradores a lo largo de los años reclamaron haber dado con evidencia de tales costas, esta legendaria Terra Australis Incognita se mantuvo elusiva, cautivando la imaginación de generaciones de navegantes, así como el interés de imperios deseosos de nuevas fronteras en un mundo que se hacia cada vez más pequeño. No es de extrañarse, entonces, que cuando el geógrafo escocés Alexander Dalrymple publicó sus Colecciones Históricas (que resumían numerosos registros de exploradores españoles y sus viajes por los Mares del Sur), una repentina urgencia por verificar los relatos se apoderara de la sociedad británica:

El número de habitantes del Continente Meridional probablemente supera los setenta millones, considerando que la extensión, desde las regiones orientales descubiertas por Juan Fernández en el Pacífico hasta las costas occidentales observadas por Abel Tasman en el Indo, es de casi 160º de longitud, lo que en la latitud 40º corresponde a 7,526 millas geográficas. Esta es una extensión mayor a la de toda la parte civilizada de Asia, desde Turquía hasta la extremidad oriental de China. No existe presentemente comercio desde o hacia Europa, aunque las sobras de esta mesa serían suficientes para mantener el poderío, dominio y soberanía de Gran Bretaña, al emplear a todos sus manufactureros y navíos. Quienquiera considere el Imperio Peruano, donde las artes e industria florecieron bajo uno de los más sabios sistemas de gobierno, que fuera fundado por un extranjero, habrá de ver las sanguíneas expectativas del Continente Meridional, desde donde es más que probable que Mango Capac, el primer inca, derivó, y debe convencerse de que el país, desde el cual Mango Capac introdujo las comodidades de la vida civilizada, no fallará en recompensar generosamente a las afortunadas gentes que hallan de otorgar cartas en lugar de quipus y hierro en lugar de incomodos substitutos.

Así fue como James Cook zarpó en 1769 rumbo a la recientemente descubierta Hiva, y de ahí determinar de una vez por todas la existencia o no de aquel continente. Para 1775 y luego de tres viajes, la verdad era pública: Las Tierras del Sur existían, y eran más sorprendentes de lo que se pudiera haber imaginado. Su misteriosa desaparición en Valparaíso tras finalizar su cuarto -y, según se dice, no autorizado- viaje en 1776 arrojó algo de intriga sobre el asunto, pero quedó rápidamente en el olvido ante la frenética carrera por hacerse con el territorio.

Los intentos británicos por mantener la información en secreto resultaron infructuosos, y para 1790 era difícil toparse con alguien que no hubiese oído de las noticias (las cuales se volvían más insólitas cada vez que alguien las volvía a contar). Franceses, españoles, holandeses, portugueses y daneses se sumaron con sus propias expediciones, y antes de fin de siglo ya se contaban al menos una docena de colonias en distintas latitudes.

Aunque originalmente se pensaba que la totalidad del Continente Meridional se constituía en una sola gran masa de tierra, exploraciones posteriores demostraron que en realidad se compone de dos subcontinentes separados por el Mar de Cook. Inicialmente denominados simplemente Terra Australis Orientalensis y Terra Australis Occidentalis, el conjunto que hoy se denomina Tierras del Sur engloba cinco regiones diferentes: Mu y el Archipiélago de Hiva (pronunciado “jiva”), en el Pacífico; Lemuria, en el Índico; las Indias Meridionales, directamente al sur de las Islas de las Especias; y la Antártica, en la zona polar.

Mu y Hiva

Mu corresponde a la masa oriental de las Tierras del Sur, ubicándose a unos 3.000 kilómetros de distancia de las costas de Sudamérica, extendiéndose desde el tropical Archipiélago de Hiva en el norte hasta lo que, se presume, debe ser una conexión terrestre con la Antártica. Caracterizada por una accidentada red de cadenas montañosas y las prístinas selvas y junglas que yacen apretujadas entre estas y el mar, Mu ha demostrado ser increíblemente difícil de explorar. Hiva es la excepción, con sus apacibles aguas y paradisiacas islas siendo el hogar de una sofisticada civilización, que algunos han postulado sería es el legendario Hawaiki desde el cual las culturas polinesias aseguran provenir. 

En 1864, Augustus Le Plongeon, un fotógrafo y anticuario estadounidense, dio en la Península de Yucatan con evidencia que sugería a la existencia de una tierra en el Pacífico desde la cual la civilización maya habría originalmente arribado; interpretaciones liberales de textos egipcios e incaicos también hacían supuesta alusión a dicho mundo perdido. Le Plongeon estaba convencido de que esta tierra, traducida como Mu de los registros mayas, debía ser la Terra Australis Orientalensis, consiguiendo financiamiento de la Sociedad Mayanista de Norteamérica para explorar el hasta entonces ignoto Golfo de San Gaspar, el cual pensaba se extendía hasta el corazón del continente. Lo que allí encontró lo dejó atónito: Restos megalíticos de civilizaciones nunca antes vistas regaban las costas de San Gaspar, semi-sepultados por lo que evidentemente eran siglos, si es que no milenios, de abandono. Violentos nativos le obligaron a abandonar la región en apuro, mas no sin antes hacerse con una exuberante colección de piezas, misma que sirvió para dar credibilidad a sus teorías y formalmente otorgar al continente el nombre de Mu.

Los repetidos intentos por regresar al Golfo de San Gaspar, así como de explorar el interior del continente desde las costas del Mar de Cook, se han visto una y otra vez embrollados en accidentes y desapariciones, sin que una sola expedición haya sido capaz de penetrar más allá de las montañas que rodean la región cuan se trataran de una muralla; ni siquiera los navios voladores enviados por rusos y prusianos han sido capaces de regresar. Los habitantes de Hiva señalan que aquellas tierras son el hogar de los primeros hombres, selladas por los dioses y prohibidas para el resto de los mortales, lugar de maravillas indescriptibles y saberes mucho tiempo ha olvidados por la humanidad; la kohatu whakaaro, la insólita rocasabia o hivarita que los reyes de Hiva pueden alterar a voluntad y que tan buenos precios consigue en los mercados internacionales, se dice proviene de aquel sitio. 

Más allá de los misterios que esconde el interior de Mu, el grueso de la actividad europea en el continente se concentra en el Archipiélago de Hiva, donde ingleses, franceses y españoles se han repartido los millares de islas e islotes que lo componen. Aunque inicialmente se actuó con cautela, procurando reclamar territorios inhabitados o, a lo sumo, controlados por tribus pequeñas e independientes, la riqueza de las islas interiores se les acabó haciendo insoportable, llevando a un sostenido deterioro de las relaciones con los reinos de Hiva en décadas recientes. Convenciendo a algunos de los monarcas locales de otorgarles exclusividad comercial a cambio de protección, las compañías mercantes holandesas han instalado varias de sus ciudades flotantes en la región, aunque más que disuadir a las demás naciones esto las ha envalentonado, por lo que un conflicto abierto podría estar a la vuelta de la esquina.

Lemuria

Lemuria se compone de dos partes importantes: La Isla de Yavarta, en el corazón del Océano Indico, y las tierras que rodean al Canal de Van Diemens (aunque estas últimas son técnicamente parte de la masa terrestre de las Indias Meridionales). La región fue bautizada como Lemuria por el zoólogo británico Philip Sclater, luego de pasar casi una década investigando las junglas de Yavarta y determinar que esta debía ser lo que restaba del antiguo continente sumergido que millones de años antes habría conectado la India con Madagascar. 

Lemuria es el paraiso de botánicos y zoólogos, albergando una sorprendente variedad de megafauna previamente considerada imposible, aun cuando el prospecto de ser víctimas de insectos tan grandes como caballos y calamares con la extensión de vapores debiese actuar como atenuante ante cualquier exceso de entusiasmo. Nadie sabe como es que tales criaturas llegaron a ser, o el porque de su particular concentración en este lugar, pero desde su descubrimiento las naciones se han mostrado especialmente cautelosas con lo que dejan salir de la región, no fueran estas aberraciones a multiplicarse fuera de su hábitat original, donde al menos se tienen unas a otras para mantenerse controladas.

La peligrosa naturaleza local ha jugado en contra de los deseos colonialistas en Lemuria, reduciendo la presencia europea a un puñado de enclaves en la Península de Nueva Finisterre, en el extremo occidental, mientras que los turcos se han hecho con algunas de las Islas Rojas, más al norte. El antiguo puerto de Vasatra, gobernado por el Majarash de Yavarta, es el único sitio habitado en Lemuria que precede al arribo europeo, y que ha logrado conservar su independencia gracias a su crucial rol en el abastecimiento y supervivencia de las colonias cercanas.

Las Indias Meridionales

Cubriendo una extensión presumiblemente más grande que Sudamérica, las Indias Meridionales corresponden al mayor segmento de las Tierras del Sur, limitando con el Mar de Cook al este, Lemuria al oeste, el Mar de Arapura al norte y, posiblemente, la Antártica al sur.

En su mayor parte inexplorado, el continente es sin embargo un atractivo destino para inmigrantes, atraídos por las prósperas colonias dedicadas a la explotación de recursos exóticos y novedosos; aventureros de todos los tipos regularmente arriban para intentar hacerse de renombre descubriendo nuevas maravillas naturales, mientras que naturalistas se dan un festín de sorpresas estudiando formas de vida nunca antes vistas.

Aunque múltiples naciones poseen presencia en las Indias Meridionales, los principales actores en la región son la Compañía Británica de las Indias Orientales, la Compañía Brandemburguesa y la VOC. La intensa rivalidad entre estas entidades se encuentra completamente desatada aquí, distantes como están del mundo civilizado. Sin autoridades a las cuales responder o naciones locales con las cuales negociar, no hay escrúpulo que valga a la hora de enfrentarse, dando pie a un permanente estado de hostilidades que, aunque fuente de incontables oportunidades a quienes sepan navegar el brutalmente pragmático mundo de las guerras corporativas, hace de la vida en estas colonias un asunto verdaderamente peligroso.

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