Históricamente, la exploración subterránea gozó de escaso interés, siendo campo de aficionados y diletantes más que de científicos y estudiosos. Los gobiernos se mostraban rehacios a financiar expediciones sin el prospecto de nuevos territorios y recursos, mientras que las grandes academias y sociedades ilustradas veían con desdén la idea de perder el tiempo hurgando en agujeros.
Los descubrimientos del Mar Subterráneo de Panyabar en 1841 y la Grotta del César en 1847 pusieron estas nociones de cabeza; no solo había maravillas de insospechada naturaleza bajo la tierra, sino que algunas de ellas representaban importantes hitos estratégicos.
El Mar Subterráneo de Panyabar
Aunque formalmente llamado Sistema Megacavernario del Badakhshan, el nombre de Panyabar -fruto de un error de traducción periodístico- es el que se ha popularizado para describir este milagro de la naturaleza. Compuesto por una titánica caverna principal de aproximadamente 1.200 kilometros de norte a sur y algo menos de 800 de este a oeste que alberga un cuerpo de agua mayor que el Mar Aral, así como por una serie de túneles secundarios en su mayoría aun inexplorados, el Panyabar es un mundo subterráneo que se extiende bajo gran parte del Himalaya occidental, habiéndose identificado accesos en puntos tan distantes como Punyab, Samarcanda y el Gobi. Descubierta por el cartógrafo escocés John Wood en 1841 cuando se encontraba elaborando los mapas de la India septentrional, el hallazgo del Panyabar tomó a las potencias por sorpresa, pues hasta entonces jamás se había considerado la posibilidad de regiones subterráneas tan extensas que pudieran alterar el orden de las fronteras. Dada su particular ubicación bajo el corazón de Asia, el Panyabar se convirtió en el centro de las disputas anglo-rusas, con ambas naciones apresurándose a explorar y ocupar la mayor cantidad de espacio posible.
Esto no ha resultado ser cosa fácil, sin embargo, pues nadie estaba preparado para lidiar con las particulares complicaciones que una región sepultada bajo kilometros de roca iría a presentar, sumando a la ya dificultosa carencia de luz solar la presencia de un extraño ecosistema, nativos hostiles, enfermedades desconocidas y la constante amenaza de extraviarse en el laberinto más grande del planeta.
La Grotta del César
El descubrimiento del Panyabar dio un espaldarazo a la espeleología, y expediciones fueron enviadas por todo el globo en busca de estructuras subterráneas similares. En 1847, la expedición liderada por Antonio Federico Lindner logró demostrar la existencia de un sistema cavernario de grandes proporciones extendiéndose desde la Grotta Gigante, cerca de Trieste, hasta las Cuevas de Castellana, en Apulia, recorriendo el largo de la Península Italiana. Una seguidilla de expediciones durante la década de 1850 sirvieron para demostrar que el sistema se ramificaba en torno a todo el Mar Adriático y los Balcanes, mientras que el destacado espeleólogo francés Édouard-Alfred Martel cree encontrarse pronto a dar con el nexo entre la Grotta del César y las redes subterráneas de los Pirineos, demostrando así la existencia de un sistema de cavernas conectando toda la costa norte del Mediterráneo -y posiblemente bajo el mismo.
Numerosos objetos de origen romano fueron descubiertos por Lindner durante sus expediciones, así como secciones en las que túneles y vías fueron labrados para facilitar el paso, sugiriendo la idea de que la red de cavernas era conocida en la antigüedad y activamente utilizada para transitar, valiéndole el nombre de Grotta del César.
El descubrimiento del sistema ha puesto en una situación incomoda a varios de los estados que comparten segmentos del mismo, para quienes las grandes extensiones aun inexploradas generan una grave incertidumbre territorial, a la vez que se prestan para el uso por parte de migrantes, rebeldes y criminales; incluso se han descubierto enclaves de piratas berberiscos. Esto ha impulsado la militarización de los principales túneles, donde las escaramuzas se han vuelto un asunto casi cotidiano.
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